Decía Walter Benjamín que un libro de citas de otros, sería un libro perfecto, ya que estas enriquecen lo nuestro y convierten nuestra obra en una “obra colectiva”. Lejos de la perfección se encuentra esta iniciativa, pero si vale como lugar donde compartir distintos textos, con el sentido de entender este día a día que nos toca en el mundo. La intención no será cambiarlo, sólo la de tratar de entenderlo.
jueves, junio 3
Momentos
Hay momentos así en la vida: se descubre inesperadamente que la perfección existe, que es también ella que viaja en el tiempo, vacía, transparente, luminosa y que a veces (raras veces) viene en nuestra dirección, nos rodea durante breves instantes y continúa hacia otras parajes y otras gentes.
De Manual de pintura y caligrafía, Alfaguara, p. 252
Escrito en Otros Cuadernos de Saramago
De Manual de pintura y caligrafía, Alfaguara, p. 252
Escrito en Otros Cuadernos de Saramago
miércoles, junio 2
Multidimensionalidad y comunicación
Por Sandra H. Massoni *
Quiero traer aquí un asunto muy presente por estos días en los medios de comunicación en Argentina: la cuestión de la verdad y su vinculación con las modalidades de ser comunicador social. Suelo usar en mis cursos un ejercicio de visualización: propongo que imaginemos –como si fuera una película– el recorrido de una cámara que hubiera filmado nuestro mismísimo ojo y que fuera poco a poco ampliando el plano: primero a toda la cara, y luego a toda la habitación en la que nos encontramos. Planteo entonces que imaginemos que esta peculiar cámara –como traspasando las paredes– subiera velozmente para enfocar desde arriba un plano general del edificio que nos alberga, y luego captara toda la ciudad, y más arriba aún tomara el planeta Tierra, y luego nuestro sistema solar y siguiera ascendiendo todavía hasta captar mágicamente otras galaxias. Una vez capturada esta vista, propongo imaginemos que la cámara se detiene, respira, toma aire y de pronto desciende velozmente hasta llegar otra vez hasta nosotros y enfoca nuestra cara... y se acerca cada vez más a nuestra piel, entra a nuestro cuerpo y recorre los conductos y enfoca los tejidos y nos muestra detalles cada vez más pequeños de nuestro organismo.
Entonces pregunto: ¿cuál de todas las dimensiones de este recorrido es real? ¿Todas? ¿Esta “realidad real” siempre fue así? Pensemos en la historia de la humanidad: ¿se conocían estos componentes del mundo que acabamos de sobrevolar por ejemplo en la Edad Media? Pensemos hoy mismo... ¿esta “realidad real” se describe siempre en los mismos términos? Por mi parte, en ambos extremos de este recorrido, soy incapaz de imaginar demasiado: mi conocimiento acerca del cuerpo humano alcanza apenas a las células. Y es que no sé siquiera cómo nombrar lo demás; esto no le pasaría a un biólogo molecular o a un médico. Lo mismo me sucede al describir nuestra galaxia, pero seguramente no le ocurriría eso a un astrónomo. Estoy destacando un aspecto muy básico –todavía más acá de las metáforas y aún más acá del encubrimiento ideológico– con el objeto de refutar la conceptualización clásica acerca de la verdad vinculada con la comunicación social. Estoy diciendo que si aceptamos esta multidimensionalidad de los fenómenos, deberemos reconocer que no hay tal posibilidad de una verdad única, o una teoría más válida que otra, si no decimos para qué y para quién. Esto es así, simplemente porque no hay verdades escindidas. No pre-existen, van siempre de la mano de un humano que las habla sea o no un comunicador social. Y un poco eso es nuestra historia, como personas, como profesionales, como científicos y también como humanidad: un continuo pasar de una dimensión a otra que antes no podíamos siquiera imaginar. Lo interesante es pensar que esta asombrosa multidimensionalidad opera en toda situación de comunicación.
¿La consideramos? A menudo nos olvidamos de este componente de verdad provisional, efímera, frágil, con el que es necesario convivir. Humberto Maturana para salir de esta marisma suele plantear la diferencia entre la mentira y el error. Dice: todos sabemos cuando mentimos, pero no cuando nos equivocamos. Esto es así porque el error es siempre a posteriori, como cuando uno va caminando en la calle y saluda a alguien que creyó conocer, y luego se da cuenta de que no era la persona conocida y entonces se turba por el equívoco. Uno se da cuenta del error después, atendiendo a otras dimensiones distintas de aquélla desde la cual vivió la experiencia, buena o mala, de encontrarse con alguien. Lo central es darse cuenta de que nadie puede hacer referencia a una realidad independiente de él mismo. Nadie puede decir cómo “es” la realidad, pero sí podemos ponernos de acuerdo respecto de ella. Somos, como apunta Gregory Bateson, seres en-red-dándonos. Así es que aun cotidianamente –pese a que en Argentina no lo parezca– el mundo en el que vivimos es un mundo de acuerdos, de articulaciones, es un mundo con, contra, junto a otros. El problema está en la creencia de que uno puede dominar a los otros reclamando para sí el privilegio de saber cómo son las cosas. Lo violento es pretender que el otro, un comunicador o un consumidor de medios, sea como uno. Ese es el conflicto: el de la exigencia de una versión única y totalizante.
Planteo considerar la cuestión de la multidimensionalidad y la comunicación porque percibo un sutil e incipiente descentramiento en la discusión en torno de los medios masivos argentinos. Quizás haya un tenue cambio de ritmo en la comunicación social de nuestro país de la mano del debate que generó la nueva ley de medios. Me provoca soñar que ojalá ese cambio de ritmo sea capaz de hacer lugar para un espacio otro. Creo que los argentinos aprendimos mucho en los últimos tiempos acerca de medios y mensajes. Hemos distinguido mentiras y también errores, en análisis posteriores, en comparaciones reflexivas, críticas y necesarias de lo sucedido pero que sin embargo no resultan suficientes para lograr transformaciones.
Acaso inaugurando el Bicentenario podamos empezar a mirar otra vez el horizonte desde registros más diversos, más democráticos; al menos, ahora sabemos que cualquier diario no es sólo un producto de la industria cultural, sino que a su vez está situado y puede ser analizado en múltiples dimensiones: la informativa, la interaccional, la ideológica, la sociocultural y sigue la lista. Sabemos también que los medios trafican datos cada día en alguna o en todas estas dimensiones buscando imponer su racionalidad y que al hacerlo nos acompañan en nuestra aventura cotidiana de computar el mundo porque nos empujan a narrarlo y nos alientan a actuar en una dirección o en otra. Se trata entonces de asumir por fin crítica y valorativamente nuestra responsabilidad como consumidores de los medios al leer un artículo o mirar un programa de televisión. Se trata de atender a aquello con lo que cada producto de comunicación conecta, de manera de ver qué dimensión del mundo complejo y fluido en el que vivimos hace crecer.
* Doctora en Ciencias Sociales. Posgrado en Comunicación Ambiental UNR.
para Página 12
Quiero traer aquí un asunto muy presente por estos días en los medios de comunicación en Argentina: la cuestión de la verdad y su vinculación con las modalidades de ser comunicador social. Suelo usar en mis cursos un ejercicio de visualización: propongo que imaginemos –como si fuera una película– el recorrido de una cámara que hubiera filmado nuestro mismísimo ojo y que fuera poco a poco ampliando el plano: primero a toda la cara, y luego a toda la habitación en la que nos encontramos. Planteo entonces que imaginemos que esta peculiar cámara –como traspasando las paredes– subiera velozmente para enfocar desde arriba un plano general del edificio que nos alberga, y luego captara toda la ciudad, y más arriba aún tomara el planeta Tierra, y luego nuestro sistema solar y siguiera ascendiendo todavía hasta captar mágicamente otras galaxias. Una vez capturada esta vista, propongo imaginemos que la cámara se detiene, respira, toma aire y de pronto desciende velozmente hasta llegar otra vez hasta nosotros y enfoca nuestra cara... y se acerca cada vez más a nuestra piel, entra a nuestro cuerpo y recorre los conductos y enfoca los tejidos y nos muestra detalles cada vez más pequeños de nuestro organismo.
Entonces pregunto: ¿cuál de todas las dimensiones de este recorrido es real? ¿Todas? ¿Esta “realidad real” siempre fue así? Pensemos en la historia de la humanidad: ¿se conocían estos componentes del mundo que acabamos de sobrevolar por ejemplo en la Edad Media? Pensemos hoy mismo... ¿esta “realidad real” se describe siempre en los mismos términos? Por mi parte, en ambos extremos de este recorrido, soy incapaz de imaginar demasiado: mi conocimiento acerca del cuerpo humano alcanza apenas a las células. Y es que no sé siquiera cómo nombrar lo demás; esto no le pasaría a un biólogo molecular o a un médico. Lo mismo me sucede al describir nuestra galaxia, pero seguramente no le ocurriría eso a un astrónomo. Estoy destacando un aspecto muy básico –todavía más acá de las metáforas y aún más acá del encubrimiento ideológico– con el objeto de refutar la conceptualización clásica acerca de la verdad vinculada con la comunicación social. Estoy diciendo que si aceptamos esta multidimensionalidad de los fenómenos, deberemos reconocer que no hay tal posibilidad de una verdad única, o una teoría más válida que otra, si no decimos para qué y para quién. Esto es así, simplemente porque no hay verdades escindidas. No pre-existen, van siempre de la mano de un humano que las habla sea o no un comunicador social. Y un poco eso es nuestra historia, como personas, como profesionales, como científicos y también como humanidad: un continuo pasar de una dimensión a otra que antes no podíamos siquiera imaginar. Lo interesante es pensar que esta asombrosa multidimensionalidad opera en toda situación de comunicación.
¿La consideramos? A menudo nos olvidamos de este componente de verdad provisional, efímera, frágil, con el que es necesario convivir. Humberto Maturana para salir de esta marisma suele plantear la diferencia entre la mentira y el error. Dice: todos sabemos cuando mentimos, pero no cuando nos equivocamos. Esto es así porque el error es siempre a posteriori, como cuando uno va caminando en la calle y saluda a alguien que creyó conocer, y luego se da cuenta de que no era la persona conocida y entonces se turba por el equívoco. Uno se da cuenta del error después, atendiendo a otras dimensiones distintas de aquélla desde la cual vivió la experiencia, buena o mala, de encontrarse con alguien. Lo central es darse cuenta de que nadie puede hacer referencia a una realidad independiente de él mismo. Nadie puede decir cómo “es” la realidad, pero sí podemos ponernos de acuerdo respecto de ella. Somos, como apunta Gregory Bateson, seres en-red-dándonos. Así es que aun cotidianamente –pese a que en Argentina no lo parezca– el mundo en el que vivimos es un mundo de acuerdos, de articulaciones, es un mundo con, contra, junto a otros. El problema está en la creencia de que uno puede dominar a los otros reclamando para sí el privilegio de saber cómo son las cosas. Lo violento es pretender que el otro, un comunicador o un consumidor de medios, sea como uno. Ese es el conflicto: el de la exigencia de una versión única y totalizante.
Planteo considerar la cuestión de la multidimensionalidad y la comunicación porque percibo un sutil e incipiente descentramiento en la discusión en torno de los medios masivos argentinos. Quizás haya un tenue cambio de ritmo en la comunicación social de nuestro país de la mano del debate que generó la nueva ley de medios. Me provoca soñar que ojalá ese cambio de ritmo sea capaz de hacer lugar para un espacio otro. Creo que los argentinos aprendimos mucho en los últimos tiempos acerca de medios y mensajes. Hemos distinguido mentiras y también errores, en análisis posteriores, en comparaciones reflexivas, críticas y necesarias de lo sucedido pero que sin embargo no resultan suficientes para lograr transformaciones.
Acaso inaugurando el Bicentenario podamos empezar a mirar otra vez el horizonte desde registros más diversos, más democráticos; al menos, ahora sabemos que cualquier diario no es sólo un producto de la industria cultural, sino que a su vez está situado y puede ser analizado en múltiples dimensiones: la informativa, la interaccional, la ideológica, la sociocultural y sigue la lista. Sabemos también que los medios trafican datos cada día en alguna o en todas estas dimensiones buscando imponer su racionalidad y que al hacerlo nos acompañan en nuestra aventura cotidiana de computar el mundo porque nos empujan a narrarlo y nos alientan a actuar en una dirección o en otra. Se trata entonces de asumir por fin crítica y valorativamente nuestra responsabilidad como consumidores de los medios al leer un artículo o mirar un programa de televisión. Se trata de atender a aquello con lo que cada producto de comunicación conecta, de manera de ver qué dimensión del mundo complejo y fluido en el que vivimos hace crecer.
* Doctora en Ciencias Sociales. Posgrado en Comunicación Ambiental UNR.
para Página 12
martes, junio 1
Entrevista con Zygmunt Bauman
Uno de sus nuevos libros se llama Múltiples culturas, una sola humanidad . ¿Hay en este concepto una visión "optimista" del mundo de hoy?
Ni optimista ni pesimista... Es sólo una evaluación sobria del desafío que enfrentamos en el umbral del siglo XXI. Ahora todos estamos interconectados y somos interdependientes. Lo que pasa en un lugar del globo tiene impacto en todos los demás, pero esa condición que compartimos se traduce y se reprocesa en miles de lenguas, de estilos culturales, de depósitos de memoria. No es probable que nuestra interdependencia redunde en una uniformidad cultural. Es por eso que el desafío que enfrentamos es que estamos todos, por así decirlo, en el mismo barco; tenemos un destino común y nuestra supervivencia depende de si cooperamos o luchamos entre nosotros. De todos modos, a veces diferimos mucho en algunos aspectos vitales. Tenemos que desarrollar, aprender y practicar el arte de vivir con diferencias, el arte de cooperar sin que los cooperadores pierdan su identidad, a beneficiarnos unos de otros no a pesar de, sino gracias a nuestras diferencias.
Es paradójico, pero mientras se exalta el libre tránsito de mercancías, se fortalecen y construyen fronteras y muros. ¿Cómo se sobrevive a esta tensión?
Eso sólo parece ser una paradoja. En realidad, esa contradicción era algo esperable en un planeta donde las potencias que determinan nuestra vida, condiciones y perspectivas son globales, pueden ignorar las fronteras y las leyes del estado, mientras que la mayor parte de los instrumentos políticos sigue siendo local y de una completa inadecuación para las enormes tareas a abordar. Fortificar las viejas fronteras y trazar otras nuevas, tratar de separarnos a "nosotros" de "ellos", son reacciones naturales, si bien desesperadas, a esa discrepancia. Si esas reacciones son tan eficaces como vehementes es otra cuestión. Las soberanías locales territoriales van a seguir desgastándose en este mundo en rápida globalización.
Hay escenas comunes en Ciudad de México, San Pablo, Buenos Aires: de un lado villas miseria; del otro, barrios cerrados. Pobres de un lado, ricos del otro. ¿Quiénes quedan en el medio?
¿Por qué se limita a las ciudades latinoamericanas? La misma tendencia prevalece en todos los continentes. Se trata de otro intento desesperado de separarse de la vida incierta, desigual, difícil y caótica de "afuera". Pero las vallas tienen dos lados. Dividen el espacio en un "adentro" y un "afuera", pero el "adentro" para la gente que vive de un lado del cerco es el "afuera" para los que están del otro lado. Cercarse en una "comunidad cerrada" no puede sino significar también excluir a todos los demás de los lugares dignos, agradables y seguros, y encerrarlos en sus barrios pobres. En las grandes ciudades, el espacio se divide en "comunidades cerradas" (guetos voluntarios) y "barrios miserables" (guetos involuntarios). El resto de la población lleva una incómoda existencia entre esos dos extremos, soñando con acceder a los guetos voluntarios y temiendo caer en los involuntarios.
¿Por qué se cree que el mundo de hoy padece una inseguridad sin precedentes? ¿En otras eras se vivía con mayor seguridad?
Cada época y cada tipo de sociedad tiene sus propios problemas específicos y sus pesadillas, y crea sus propias estratagemas para manejar sus propios miedos y angustias. En nuestra época, la angustia aterradora y paralizante tiene sus raíces en la fluidez, la fragilidad y la inevitable incertidumbre de la posición y las perspectivas sociales. Por un lado, se proclama el libre acceso a todas las opciones imaginables (de ahí las depresiones y la autocondena: debo tener algún problema si no consigo lo que otros lograron ); por otro lado, todo lo que ya se ganó y se obtuvo es nuestro "hasta nuevo aviso" y podría retirársenos y negársenos en cualquier momento. La angustia resultante permanecería con nosotros mientras la "liquidez" siga siendo la característica de la sociedad. Nuestros abuelos lucharon con valentía por la libertad. Nosotros parecemos cada vez más preocupados por nuestra seguridad personal... Todo indica que estamos dispuestos a entregar parte de la libertad que tanto costó a cambio de mayor seguridad.
Esto nos llevaría a otra paradoja. ¿Cómo maneja la sociedad moderna la falta de seguridad que ella misma produce?
Por medio de todo tipo de estratagemas, en su mayor parte a través de sustitutos. Uno de los más habituales es el desplazamiento/trasplante del terror a la globalización inaccesible, caótica, descontrolada e impredecible a sus productos: inmigrantes, refugiados, personas que piden asilo. Otro instrumento es el que proporcionan las llamadas "comunidades cerradas" fortificadas contra extraños, merodeadores y mendigos, si bien son incapaces de detener o desviar las fuerzas que son responsables del debilitamiento de nuestra autoestima y actitud social, que amenazan con destruir. En líneas más generales: las estratagemas más extendidas se reducen a la sustitución de preocupaciones sobre la seguridad del cuerpo y la propiedad por preocupaciones sobre la seguridad individual y colectiva sustentada o negada en términos sociales.
¿Hay futuro? ¿Se puede pensarlo? ¿Existe en el imaginario de los jóvenes?
El filósofo británico John Gray destacó que "los gobiernos de los estados soberanos no saben de antemano cómo van a reaccionar los mercados (...) Los gobiernos nacionales en la década de 1990 vuelan a ciegas." Gray no estima que el futuro suponga una situación muy diferente. Al igual que en el pasado, podemos esperar "una sucesión de contingencias, catástrofes y pasos ocasionales por la paz y la civilización", todos ellos, permítame agregar, inesperados, imprevisibles y por lo general con víctimas y beneficiarios sin conciencia ni preparación. Hay muchos indicios de que, a diferencia de sus padres y abuelos, los jóvenes tienden a abandonar la concepción "cíclica" y "lineal" del tiempo y a volver a un modelo "puntillista": el tiempo se pulveriza en una serie desordenada de "momentos", cada uno de los cuales se vive solo, tiene un valor que puede desvanecerse con la llegada del momento siguiente y tiene poca relación con el pasado y con el futuro. Como la fluidez endémica de las condiciones tiene la mala costumbre de cambiar sin previo aviso, la atención tiende a concentrarse en aprovechar al máximo el momento actual en lugar de preocuparse por sus posibles consecuencias a largo plazo. Cada punto del tiempo, por más efímero que sea, puede resultar otro "big bang", pero no hay forma de saber qué punto con anticipación, de modo que, por las dudas, hay que explorar cada uno a fondo.
Es una época en la que los miedos tienen un papel destacado. ¿Cuáles son los principales temores que trae este presente?
Creo que las características más destacadas de los miedos contemporáneos son su naturaleza diseminada, la subdefinición y la subdeterminación, características que tienden a aparecer en los períodos de lo que puede llamarse un "interregno". Antonio Gramsci escribió en Cuadernos de la cárcel lo siguiente: "La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos". Gramsci dio al término "interregno" un significado que abarcó un espectro más amplio del orden social, político y legal, al tiempo que profundizaba en la situación sociocultural; o más bien, tomando la memorable definición de Lenin de la "situación revolucionaria" como la situación en la que los gobernantes ya no pueden gobernar mientras que los gobernados ya no quieren ser gobernados, separó la idea de "interregno" de su habitual asociación con el interludio de la trasmisión (acostumbrada) del poder hereditario o elegido, y lo asoció a las situaciones extraordinarias en las que el marco legal existente del orden social pierde fuerza y ya no puede mantenerse, mientras que un marco nuevo, a la medida de las nuevas condiciones que hicieron inútil el marco anterior, está aún en una etapa de creación, no se lo terminó de estructurar o no tiene la fuerza suficiente para que se lo instale. Propongo reconocer la situación planetaria actual como un caso de interregno. De hecho, tal como postuló Gramsci, "lo viejo está muriendo". El viejo orden que hasta hace poco se basaba en un principio igualmente "trinitario" de territorio, estado y nación como clave de la distribución planetaria de soberanía, y en un poder que parecía vinculado para siempre a la política del estado-nación territorial como su único agente operativo, ahora está muriendo. La soberanía ya no está ligada a los elementos de las entidades y el principio trinitario; como máximo está vinculada a los mismos pero de forma laxa y en proporciones mucho más reducidas en dimensiones y contenidos. La presunta unión indisoluble de poder y política, por otro lado, está terminando con perspectivas de divorcio. La soberanía está sin ancla y en flotación libre. Los estados-nación se encuentran en situación de compartir la compañía conflictiva de aspirantes a, o presuntos sujetos soberanos siempre en pugna y competencia, con entidades que evaden con éxito la aplicación del hasta entonces principio trinitario obligatorio de asignación, y con demasiada frecuencia ignorando de manera explícita o socavando de forma furtiva sus objetos designados. Un número cada vez mayor de competidores por la soberanía ya excede, si no de forma individual sin duda de forma colectiva, el poder de un estado-nación medio (las compañías comerciales, industriales y financieras multinacionales ya constituyen, según Gray, "alrededor de la tercera parte de la producción mundial y los dos tercios del comercio mundial").
Revista Ñ
Ni optimista ni pesimista... Es sólo una evaluación sobria del desafío que enfrentamos en el umbral del siglo XXI. Ahora todos estamos interconectados y somos interdependientes. Lo que pasa en un lugar del globo tiene impacto en todos los demás, pero esa condición que compartimos se traduce y se reprocesa en miles de lenguas, de estilos culturales, de depósitos de memoria. No es probable que nuestra interdependencia redunde en una uniformidad cultural. Es por eso que el desafío que enfrentamos es que estamos todos, por así decirlo, en el mismo barco; tenemos un destino común y nuestra supervivencia depende de si cooperamos o luchamos entre nosotros. De todos modos, a veces diferimos mucho en algunos aspectos vitales. Tenemos que desarrollar, aprender y practicar el arte de vivir con diferencias, el arte de cooperar sin que los cooperadores pierdan su identidad, a beneficiarnos unos de otros no a pesar de, sino gracias a nuestras diferencias.
Es paradójico, pero mientras se exalta el libre tránsito de mercancías, se fortalecen y construyen fronteras y muros. ¿Cómo se sobrevive a esta tensión?
Eso sólo parece ser una paradoja. En realidad, esa contradicción era algo esperable en un planeta donde las potencias que determinan nuestra vida, condiciones y perspectivas son globales, pueden ignorar las fronteras y las leyes del estado, mientras que la mayor parte de los instrumentos políticos sigue siendo local y de una completa inadecuación para las enormes tareas a abordar. Fortificar las viejas fronteras y trazar otras nuevas, tratar de separarnos a "nosotros" de "ellos", son reacciones naturales, si bien desesperadas, a esa discrepancia. Si esas reacciones son tan eficaces como vehementes es otra cuestión. Las soberanías locales territoriales van a seguir desgastándose en este mundo en rápida globalización.
Hay escenas comunes en Ciudad de México, San Pablo, Buenos Aires: de un lado villas miseria; del otro, barrios cerrados. Pobres de un lado, ricos del otro. ¿Quiénes quedan en el medio?
¿Por qué se limita a las ciudades latinoamericanas? La misma tendencia prevalece en todos los continentes. Se trata de otro intento desesperado de separarse de la vida incierta, desigual, difícil y caótica de "afuera". Pero las vallas tienen dos lados. Dividen el espacio en un "adentro" y un "afuera", pero el "adentro" para la gente que vive de un lado del cerco es el "afuera" para los que están del otro lado. Cercarse en una "comunidad cerrada" no puede sino significar también excluir a todos los demás de los lugares dignos, agradables y seguros, y encerrarlos en sus barrios pobres. En las grandes ciudades, el espacio se divide en "comunidades cerradas" (guetos voluntarios) y "barrios miserables" (guetos involuntarios). El resto de la población lleva una incómoda existencia entre esos dos extremos, soñando con acceder a los guetos voluntarios y temiendo caer en los involuntarios.
¿Por qué se cree que el mundo de hoy padece una inseguridad sin precedentes? ¿En otras eras se vivía con mayor seguridad?
Cada época y cada tipo de sociedad tiene sus propios problemas específicos y sus pesadillas, y crea sus propias estratagemas para manejar sus propios miedos y angustias. En nuestra época, la angustia aterradora y paralizante tiene sus raíces en la fluidez, la fragilidad y la inevitable incertidumbre de la posición y las perspectivas sociales. Por un lado, se proclama el libre acceso a todas las opciones imaginables (de ahí las depresiones y la autocondena: debo tener algún problema si no consigo lo que otros lograron ); por otro lado, todo lo que ya se ganó y se obtuvo es nuestro "hasta nuevo aviso" y podría retirársenos y negársenos en cualquier momento. La angustia resultante permanecería con nosotros mientras la "liquidez" siga siendo la característica de la sociedad. Nuestros abuelos lucharon con valentía por la libertad. Nosotros parecemos cada vez más preocupados por nuestra seguridad personal... Todo indica que estamos dispuestos a entregar parte de la libertad que tanto costó a cambio de mayor seguridad.
Esto nos llevaría a otra paradoja. ¿Cómo maneja la sociedad moderna la falta de seguridad que ella misma produce?
Por medio de todo tipo de estratagemas, en su mayor parte a través de sustitutos. Uno de los más habituales es el desplazamiento/trasplante del terror a la globalización inaccesible, caótica, descontrolada e impredecible a sus productos: inmigrantes, refugiados, personas que piden asilo. Otro instrumento es el que proporcionan las llamadas "comunidades cerradas" fortificadas contra extraños, merodeadores y mendigos, si bien son incapaces de detener o desviar las fuerzas que son responsables del debilitamiento de nuestra autoestima y actitud social, que amenazan con destruir. En líneas más generales: las estratagemas más extendidas se reducen a la sustitución de preocupaciones sobre la seguridad del cuerpo y la propiedad por preocupaciones sobre la seguridad individual y colectiva sustentada o negada en términos sociales.
¿Hay futuro? ¿Se puede pensarlo? ¿Existe en el imaginario de los jóvenes?
El filósofo británico John Gray destacó que "los gobiernos de los estados soberanos no saben de antemano cómo van a reaccionar los mercados (...) Los gobiernos nacionales en la década de 1990 vuelan a ciegas." Gray no estima que el futuro suponga una situación muy diferente. Al igual que en el pasado, podemos esperar "una sucesión de contingencias, catástrofes y pasos ocasionales por la paz y la civilización", todos ellos, permítame agregar, inesperados, imprevisibles y por lo general con víctimas y beneficiarios sin conciencia ni preparación. Hay muchos indicios de que, a diferencia de sus padres y abuelos, los jóvenes tienden a abandonar la concepción "cíclica" y "lineal" del tiempo y a volver a un modelo "puntillista": el tiempo se pulveriza en una serie desordenada de "momentos", cada uno de los cuales se vive solo, tiene un valor que puede desvanecerse con la llegada del momento siguiente y tiene poca relación con el pasado y con el futuro. Como la fluidez endémica de las condiciones tiene la mala costumbre de cambiar sin previo aviso, la atención tiende a concentrarse en aprovechar al máximo el momento actual en lugar de preocuparse por sus posibles consecuencias a largo plazo. Cada punto del tiempo, por más efímero que sea, puede resultar otro "big bang", pero no hay forma de saber qué punto con anticipación, de modo que, por las dudas, hay que explorar cada uno a fondo.
Es una época en la que los miedos tienen un papel destacado. ¿Cuáles son los principales temores que trae este presente?
Creo que las características más destacadas de los miedos contemporáneos son su naturaleza diseminada, la subdefinición y la subdeterminación, características que tienden a aparecer en los períodos de lo que puede llamarse un "interregno". Antonio Gramsci escribió en Cuadernos de la cárcel lo siguiente: "La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos". Gramsci dio al término "interregno" un significado que abarcó un espectro más amplio del orden social, político y legal, al tiempo que profundizaba en la situación sociocultural; o más bien, tomando la memorable definición de Lenin de la "situación revolucionaria" como la situación en la que los gobernantes ya no pueden gobernar mientras que los gobernados ya no quieren ser gobernados, separó la idea de "interregno" de su habitual asociación con el interludio de la trasmisión (acostumbrada) del poder hereditario o elegido, y lo asoció a las situaciones extraordinarias en las que el marco legal existente del orden social pierde fuerza y ya no puede mantenerse, mientras que un marco nuevo, a la medida de las nuevas condiciones que hicieron inútil el marco anterior, está aún en una etapa de creación, no se lo terminó de estructurar o no tiene la fuerza suficiente para que se lo instale. Propongo reconocer la situación planetaria actual como un caso de interregno. De hecho, tal como postuló Gramsci, "lo viejo está muriendo". El viejo orden que hasta hace poco se basaba en un principio igualmente "trinitario" de territorio, estado y nación como clave de la distribución planetaria de soberanía, y en un poder que parecía vinculado para siempre a la política del estado-nación territorial como su único agente operativo, ahora está muriendo. La soberanía ya no está ligada a los elementos de las entidades y el principio trinitario; como máximo está vinculada a los mismos pero de forma laxa y en proporciones mucho más reducidas en dimensiones y contenidos. La presunta unión indisoluble de poder y política, por otro lado, está terminando con perspectivas de divorcio. La soberanía está sin ancla y en flotación libre. Los estados-nación se encuentran en situación de compartir la compañía conflictiva de aspirantes a, o presuntos sujetos soberanos siempre en pugna y competencia, con entidades que evaden con éxito la aplicación del hasta entonces principio trinitario obligatorio de asignación, y con demasiada frecuencia ignorando de manera explícita o socavando de forma furtiva sus objetos designados. Un número cada vez mayor de competidores por la soberanía ya excede, si no de forma individual sin duda de forma colectiva, el poder de un estado-nación medio (las compañías comerciales, industriales y financieras multinacionales ya constituyen, según Gray, "alrededor de la tercera parte de la producción mundial y los dos tercios del comercio mundial").
Revista Ñ
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