La imagen es demoledora, inaguantablemente dolorosa: familias enteras subsistiendo al rayo del sol en impresentables campamentos, con alimentos en mal estado, niños que aprenden antes a trabajar que a jugar ante la mirada de los modernos señores feudales y sus guardaespaldas mediáticos y de los otros. Son las víctimas del trabajo esclavo, término exagerado –según algunos esclavistas de la Mesa de Enlace y alrededores– que siempre, según esas contaminadas fuentes, surgiría del desconocimiento de las condiciones “lógicas e históricas” de los trabajadores temporarios o golondrinas. En este caso, a confesión de partes, refuerzo de pruebas, testimonios contundentes que pueden rastrearse en el Informe Bialet Massé de 1904, que describe las tremendas condiciones laborales de las familias durante las cosechas y compararlas con las actuales. Decía en su ya clásico informe el médico catalán: “El jornal se paga en vales contra casas de negocios, que cuando más les dan la mitad de su importe en dinero, y la otra mitad en mercaderías, cuando no los obligan a tomar el todo en esta forma, ¡y a qué precios, señor! Para ganar esto, trabajan de sol a sol. A las dos y treinta pasado meridiano, no se podía dormir en la pieza que ocupaba, había una temperatura de 35º C, el termómetro al sol marcaba 46º y en el suelo 56,3º, a las cuatro pasado meridiano, todavía marcaba 52º en el suelo. Con semejante fuego en las espaldas sólo un riojano puede trabajar (…) Algunos tienen una carpa que les cuesta cinco o seis pesos: eso es lujo. Los más clavan cuatro estacas en el suelo, y a un metro de altura hacen una cama de palos clavados sobre tres largueros y algunos sobre dos; ponen encima bolsas llenas de pasto seco: ese es el colchón; en la cabecera ponen astillas de quebracho por almohada. De la sábana no hay idea; sobre cuatro palos montan el mosquitero, que es zaraza rala, y allí duermen sin más techo”.
Y es entonces cuando uno ratifica algo que sabe hace mucho: hay que desconfiar de los autodenominados “defensores de la familia”, que incluyen generalmente en sus currículum también su habilidad para defender la propiedad privada y lo que ellos llaman “tradición”. Un caso emblemático es el del amarillo diputado Alfredo Olmedo, que gastó fortunas en publicidad durante todo el verano para que se sepa que está a favor de la familia. El personaje ganó cierta efímera y lamentable fama durante los debates sobre el matrimonio igualitario cuando declaró tener la boca y la cola cerradas y se presentaba en los distintos programas con pancartas que pregonaban la defensa de la familia. Le faltó aclarar que esa defensa no incluía a las decenas de familias sometidas a trabajo esclavo en sus campos o en terrenos explotados por él. Nada nuevo bajo el sol por cierto ya que históricamente estos cruzados “familiares” se caracterizaron por una acérrima hipocresía en la que no disonaban la explotación infantil, los horarios de sol a sol con la lucha por la “institución básica del mundo occidental y cristiano”. ¿En qué momento y en qué condiciones las familias explotadas podían reunirse a compartir, expresarse su afecto, educar a sus hijos? Bastaría recordar lo que le costó al diputado Alfredo Palacios hacer aprobar la Ley 4.661 de descanso dominical en 1907 porque los parlamentarios conservadores se obstinaban en dejar “al libre albedrío de los patrones” el otorgamiento de un día franco en cualquier momento de la semana. Teniendo en cuenta que era lo “normal” que los niños trabajaran desde los cinco años, esta disposición iba claramente contra la familia, contra toda posible práctica familiar. Los voceros son otros, las mentiras y los atropellos los mismos, la diferencia sustancial está dada en que hoy se debe y puede aplicarles todo el peso de la ley a los delincuentes y multiplicar las oportunidades de trabajo dignas y legales para nuestra gente.
Felipe Pigna
Revista Caras y Caretas