jueves, agosto 5

Se viene el día del niño... .

Recuerdo que cuando era pequeño el día del niño se festejaba el primer domingo de agosto, demás esta decir que cuando se empezaron hacer los estudios de mercado, fijar ese día el segundo domingo de agosto era económicamente mas rentable, y quedo así desde hace unos 15 años. Mas allá de todo, es un festejo en el cual la mayoría de los chicos estan felices, algunos con más y otros con menos, cuando uno mira alrededor siente impotencia de ver que lo que uno hace no alcanza para poder darle más a los chicos que menos tienen y que ese día van a recibir poco y en algunos casos casí nada.Las iglesias de cualquier religión, los comedores, las asociaciones de fomento y también hay que decirlo las celulas de los partidos politicos mas viejos, tratan de suplir las falencias. Esperemos que nosotros "Los Grandes" hagamos las cosas mejor para que en no muchos años "Los Chicos" no tengan que sufrir las diferencias de esta sociedad que en todo el mundo sigue siendo desigual. Un amigo que es escritor dice que a el lamentablemente lo castigaron con una infancia felíz, es una forma de decir que para lo que el hace se tiene que esforzar mucho en imaginar ciertas situaciones, yo sufrí de lo mismo, en lo material se tenía un gran conocimiento de las limitaciones, pero siempre, y hasta con la cultura del ahorro y el esfuerzo pude tener lo que quería, ojala la mayoría de los padres puedan castigar a sus hijos con infancias felices, feliz día del niño para los que son y para los que a pesar de tener mas de 30 abriles no lo dejamos de ser.

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martes, agosto 3

De la bibliomanía como bella arte

Por Maximiliano Tomas

Dos maneras antagónicas de entender la pasión (la obsesión) por los libros. La de Diógenes, por un lado, que afirmaba que tener libros y no leerlos es como tener frutas en un cuadro. La otra, que nos cae mucho más simpática, es la que cuenta Walter Benjamin en un célebre artículo titulado Desembalo mi biblioteca (discurso sobre la bibliomanía), y que cierra con la siguiente anécdota: “¿Es típico del coleccionista no leer libros? Como único ejemplo citaré la respuesta que Anatole France reservaba a los beocios que admiraban su biblioteca para concluir con la inevitable pregunta: ‘¿Y ha leído usted todo esto, señor France?’ ‘Ni la décima parte’, respondía él. ‘¿O acaso usted comería todos los días en su vajilla de Sévres?’”. Conozco la pasión de algunos escritores argentinos por los libros y la obsesión con que cuidan, abastecen y ordenan sus biliotecas: Abelardo Castillo y Sylvia Iparraguirre las mantienen separadas, en habitaciones distintas. Cualquiera que recorra con regularidad librerías de viejo del centro de Buenos Aires se cruzará, en algún momento, con dos biliómanos consumados: Matías Serra Bradford y Damián Tabarovksy (Serra Bradford publicó hace poco una novela donde vuelca estas experiencias bajo el amparo de la ficción: La bilioteca ideal). Daniel Guebel suele tirar los libros sobre los estantes, sin ningún orden o cuidado aparente. Y Rodolfo Fogwill declaró en más de una ocasión que los libros le parecen, a esta altura, un verdadero estorbo, se jacta de no tener biblioteca propia y no tiene reparos en regalarlos, venderlos o perderlos.
Pero a cualquiera de ellos, estoy casi seguro, les interesaría un ensayo que acaba de publicar el escritor francés Jacques Bonnet, Bibliotecas llenas de fantasmas. Una especie de breve historia de la bibliomanía que abre con la definición de lo que son para él los libros. Es decir, su felicidad y su maldición: “Son caros cuando se compran, no valen nada cuando se revenden, alcanzan precios astronómicos cuando hay que encontrarlos una vez que se agotaron, son pesados, se empolvan, son víctimas de la humedad y de los ratones, son, a partir de cierto número, prácticamente imposibles de trasladar, necesitan ser ordenados de una manera específica para poder ser utilizados y, sobre todo, devoran el espacio”. Así y todo, Bonnet confiesa su inevitable debilidad por cada uno de los miles de tomos que ocupan todas las habitaciones de su casa, incluido el baño. Y a lo largo de los distintos capítulos refiere historias y curiosidades de las tantas clases de bibliómanos que existen: amateurs, coleccionistas, amontonadores, lectores y compradores compulsivos. Personajes que llegaron a vender su derecho de herencia para comprar libros de manera ilimitada, que viajaron a la otra punta del mundo en busca de aquel ejemplar codiciado, que murieron aplastados (literalmente) bajo el peso de su bilioteca.
Mientras repasa las diversas maneras de almacenar y ordenar volúmenes, de cómo y dónde leer, de las peripecias y las dificultades a las que se ven arrastrados los amantes de los libros, Bonnet cuenta sus experiencias de lectura y su vida como lector, similares a la de todo bibliómano y, al mismo tiempo, inexplicables para cualquiera que no comparta la misma obsesión. La biblioteca, en fin, entendida como la arqueología privada de su dueño, como una pasión tan inevitable como inútil.

Diario Perfil