Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte.
Revista del Expresso, Portugal (entrevista), 11 de octubre de 2008
Escrito en Otros Cuadernos de Saramago
Decía Walter Benjamín que un libro de citas de otros, sería un libro perfecto, ya que estas enriquecen lo nuestro y convierten nuestra obra en una “obra colectiva”. Lejos de la perfección se encuentra esta iniciativa, pero si vale como lugar donde compartir distintos textos, con el sentido de entender este día a día que nos toca en el mundo. La intención no será cambiarlo, sólo la de tratar de entenderlo.
viernes, junio 18
Falleció José Saramago
El escritor portugués y Premio Nobel de Literatura José Saramago falleció en su casa de Lanzarote a los 87 años de edad, a causa de una leucemia crónica, informaron fuentes de la familia.
La muerte se produjo pasadas las 13.00 horas (hora peninsular), cuando el escritor se encontraba en su residencia canaria, acompañado por su mujer y traductora, Pilar del Río.
De origen humilde, Saramago se dedicó a la literatura porque no le gustaba el mundo donde le tocó vivir. Sus novelas encierran reflexiones sobre algunos de los principales problemas del ser humano; hacen pensar al lector, lo estremecen y conmueven. Sus personajes están llenos de dignidad.
Sus innegables méritos como novelista fueron por fin reconocidos en 1998 con el Premio Nobel de Literatura, que le otorgaron por haber creado una obra en la que "mediante parábolas sustentadas con imaginación, compasión e ironía, nos permite continuamente captar una realidad fugitiva".
En los últimos años, Saramago no dejó pasar demasiado tiempo
entre novela y novela. Era consciente de su edad y, como le dijo a Efe en una entrevista, si tenía "aún algo para decir", lo mejor es que lo dijera "cuanto antes".
Aunque también decía que "llegará el día en que se acabarán las ideas, y no pasará nada". Fruto de esa urgencia por contar fueron sus novelas "La caverna" (2000); "El hombre duplicado" (2002); "Las intermitencias de la muerte" (2005); "Las pequeñas memorias" (2006); "El viaje del elefante" (2008); y "Caín" (2009), la última novela de este gran escritor.
www.diariodecultura.com.ar
La muerte se produjo pasadas las 13.00 horas (hora peninsular), cuando el escritor se encontraba en su residencia canaria, acompañado por su mujer y traductora, Pilar del Río.
De origen humilde, Saramago se dedicó a la literatura porque no le gustaba el mundo donde le tocó vivir. Sus novelas encierran reflexiones sobre algunos de los principales problemas del ser humano; hacen pensar al lector, lo estremecen y conmueven. Sus personajes están llenos de dignidad.
Sus innegables méritos como novelista fueron por fin reconocidos en 1998 con el Premio Nobel de Literatura, que le otorgaron por haber creado una obra en la que "mediante parábolas sustentadas con imaginación, compasión e ironía, nos permite continuamente captar una realidad fugitiva".
En los últimos años, Saramago no dejó pasar demasiado tiempo
entre novela y novela. Era consciente de su edad y, como le dijo a Efe en una entrevista, si tenía "aún algo para decir", lo mejor es que lo dijera "cuanto antes".
Aunque también decía que "llegará el día en que se acabarán las ideas, y no pasará nada". Fruto de esa urgencia por contar fueron sus novelas "La caverna" (2000); "El hombre duplicado" (2002); "Las intermitencias de la muerte" (2005); "Las pequeñas memorias" (2006); "El viaje del elefante" (2008); y "Caín" (2009), la última novela de este gran escritor.
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jueves, junio 17
La contradicción maradoniana
Después del partido Serbia-Ghana, acercamos hasta su casa a un voluntario que nos escuchó hablar español. Es un adolescente peruano, hijo de diplomáticos, que estudia en Pretoria. Para tener una experiencia mundialista cercana, trabaja doce horas diarias y le tocó el bunker de la Selección. Juan José le recomendó peluquero a Agüero, le preguntó a Messi por Milito para alcanzarle sus botines recién llegados. Y los ve, a diario, practicar doble turno en el gimnasio y táctica en cada entrenamiento. “¿Que Maradona no entrena? ¿No vieron el gol?”, me respondió, como si le hablara a un ciego. Y, la verdad, los argentinos tenemos cierta tendencia a la ceguera o a la miopía. A distorsionar la realidad para que se acomode a nuestros deseos tantas veces autodestructivos.
Pero no, parece que Maradona no entrena. “Un jugador de la Selección le envió un mensaje a un amigo contándole que no hacen nada. Al equipo le falta trabajo”, me dijo un prestigioso periodista deportivo. Sus colegas repiten las sentencias hasta el hartazgo. Dispuestos a satisfacer el impulso de la noticia deseada: aquella idea que sus audiencias quieren leer o escuchar, sin importar que sea verdadera o falsa.
Pero más allá de la discusión eterna, ahí, en la cancha contra Nigeria, Maradona respondió con hechos. “Ganamos gracias a un gol del técnico”, dijo Demichelis. Pudo ser un gesto de obsecuencia a su entrenador. Pero completó: “Estudió a los nigerianos en defensa y practicamos mucho ese córner para que el gringo (Heinze) cabeceara solo”. Otro tiro libre de pizarrón, entre Messi y Mascherano, casi termina en el segundo gol argentino. El rumor que dispersan los periodistas argentinos acreditados en Pretoria se derrumbó en un instante. Su resentimiento por no tener el acceso permitido a las prácticas los llevó a suponer que no se hacía nada.
En los días previos al debut, intenté convencer a los jefes de deportes de los principales diarios para que lanzaran una encuesta: ¿Cuánto influirá Maradona en el desempeño final de la Selección? Nada, poco, bastante, mucho. Aún, creo, no la hicieron. Pero sería un nuevo termómetro para medir la esquizofrenia nacional, el travestismo ideológico, la contradicción maradoniana. Porque si la Selección triunfa, sólo habrá sido por mérito de sus extraordinarios jugadores. En cambio, si fracasa, habrá sido por culpa de su entrenador, el maldito Maradona. Por eso, la encuesta hubiera sido una alerta: aún hoy, incluso antes del partido con Corea del Sur, estaríamos a tiempo de dejar registrada una respuesta honesta.
¿Pero quién quiere honestidad? Ya lo escribimos en la tapa de esta revista cuando la Selección atravesaba su peor momento tras la derrota en Ecuador: Maradona es una nueva excusa para que gran parte de los argentinos ejerza su tentación por el fracaso. “Por qué queremos que pierda”, titulamos en aquella tapa. Y la angustiante eliminatoria desnudó como nunca antes la fascinación de los argentinos por la derrota, el placer de la catástrofe anunciada: “Fue un excelente jugador pero es un técnico pésimo”, “Maradona me da pena”, “no sabe nada”, “casi no tiene experiencia”. No se trataba de argumentar, sino de condenar. La figura de Maradona despierta un fuerte rechazo por su condición social, su figura contestataria y, sobre todo, porque encarna como casi ninguno la identidad nacional. Durante más de dos décadas, Maradona ha sido el principal —y probablemente el más exacto— espejo en el que se refleja nuestra imagen ante el mundo. Contradictorio, verborrágico, inestable emocionalmente, frágil, soberbio. Por eso lo odiamos tanto, porque se nos parece tanto.
Pero como dijimos en aquella polémica nota, también es posible encontrar valores positivos en la figura de Maradona. Aunque resulte políticamente incorrecto, su historia con la droga podría ser ejemplar: a punto de morir varias veces (y así convertirse en mito), sobrevivió y superó su adicción a la cocaína gracias al amor de y hacia sus hijas. Conserva ciertos valores y reivindicaciones de clase que son advertidas por los sectores bajos que siempre lo acompañan: Maradona es resistido, sobre todo, por los sectores medios-altos.
Esta columna no trata sobre las condiciones técnicas de Maradona. Como dijimos antes, es posible que no sea tan malo como lo suponían y tampoco será una eminencia si logra un Mundial destacado. Marcelo Bielsa, que afirma que hay “27 formas de ataque” o que arma sus equipos con computadoras, obtuvo el mayor fracaso argentino en la historia de los Mundiales. El fútbol es mucho más que fútbol cuando se trata del mayor evento cultural y social del planeta. Pero cuando se trata de escoger a once jugadores profesionales, procurar que no se lastimen antes de los partidos y seleccionar variantes tácticas, el fútbol es un juego impredecible donde el talento de los jugadores y el azar imponen sus resultados.
Conservo, debo confesar, un cariño superficial por Maradona. Hemos traído a Sudáfrica una bandera con la leyenda de “Gracias Doña Tota” en honor a su madre. La que lo crió en Villa Fiorito. La que le dio ciertos valores que le permitieron llegar a lo más alto.
Se trata, al fin y al cabo, de reconocer lo mejor de las personas y no quedarnos solo y siempre con lo peor. Sin chauvinismos miopes, éste es un tenue intento de valorar lo propio. A perder, fracasar, derrumbarnos; estamos acostumbrados. Pero podemos, cada tanto, gritar un gol sin culpa ni miedo, con verdadera ilusión.
POR ALEX MILBERG PARA NEWSWEEK
Pero no, parece que Maradona no entrena. “Un jugador de la Selección le envió un mensaje a un amigo contándole que no hacen nada. Al equipo le falta trabajo”, me dijo un prestigioso periodista deportivo. Sus colegas repiten las sentencias hasta el hartazgo. Dispuestos a satisfacer el impulso de la noticia deseada: aquella idea que sus audiencias quieren leer o escuchar, sin importar que sea verdadera o falsa.
Pero más allá de la discusión eterna, ahí, en la cancha contra Nigeria, Maradona respondió con hechos. “Ganamos gracias a un gol del técnico”, dijo Demichelis. Pudo ser un gesto de obsecuencia a su entrenador. Pero completó: “Estudió a los nigerianos en defensa y practicamos mucho ese córner para que el gringo (Heinze) cabeceara solo”. Otro tiro libre de pizarrón, entre Messi y Mascherano, casi termina en el segundo gol argentino. El rumor que dispersan los periodistas argentinos acreditados en Pretoria se derrumbó en un instante. Su resentimiento por no tener el acceso permitido a las prácticas los llevó a suponer que no se hacía nada.
En los días previos al debut, intenté convencer a los jefes de deportes de los principales diarios para que lanzaran una encuesta: ¿Cuánto influirá Maradona en el desempeño final de la Selección? Nada, poco, bastante, mucho. Aún, creo, no la hicieron. Pero sería un nuevo termómetro para medir la esquizofrenia nacional, el travestismo ideológico, la contradicción maradoniana. Porque si la Selección triunfa, sólo habrá sido por mérito de sus extraordinarios jugadores. En cambio, si fracasa, habrá sido por culpa de su entrenador, el maldito Maradona. Por eso, la encuesta hubiera sido una alerta: aún hoy, incluso antes del partido con Corea del Sur, estaríamos a tiempo de dejar registrada una respuesta honesta.
¿Pero quién quiere honestidad? Ya lo escribimos en la tapa de esta revista cuando la Selección atravesaba su peor momento tras la derrota en Ecuador: Maradona es una nueva excusa para que gran parte de los argentinos ejerza su tentación por el fracaso. “Por qué queremos que pierda”, titulamos en aquella tapa. Y la angustiante eliminatoria desnudó como nunca antes la fascinación de los argentinos por la derrota, el placer de la catástrofe anunciada: “Fue un excelente jugador pero es un técnico pésimo”, “Maradona me da pena”, “no sabe nada”, “casi no tiene experiencia”. No se trataba de argumentar, sino de condenar. La figura de Maradona despierta un fuerte rechazo por su condición social, su figura contestataria y, sobre todo, porque encarna como casi ninguno la identidad nacional. Durante más de dos décadas, Maradona ha sido el principal —y probablemente el más exacto— espejo en el que se refleja nuestra imagen ante el mundo. Contradictorio, verborrágico, inestable emocionalmente, frágil, soberbio. Por eso lo odiamos tanto, porque se nos parece tanto.
Pero como dijimos en aquella polémica nota, también es posible encontrar valores positivos en la figura de Maradona. Aunque resulte políticamente incorrecto, su historia con la droga podría ser ejemplar: a punto de morir varias veces (y así convertirse en mito), sobrevivió y superó su adicción a la cocaína gracias al amor de y hacia sus hijas. Conserva ciertos valores y reivindicaciones de clase que son advertidas por los sectores bajos que siempre lo acompañan: Maradona es resistido, sobre todo, por los sectores medios-altos.
Esta columna no trata sobre las condiciones técnicas de Maradona. Como dijimos antes, es posible que no sea tan malo como lo suponían y tampoco será una eminencia si logra un Mundial destacado. Marcelo Bielsa, que afirma que hay “27 formas de ataque” o que arma sus equipos con computadoras, obtuvo el mayor fracaso argentino en la historia de los Mundiales. El fútbol es mucho más que fútbol cuando se trata del mayor evento cultural y social del planeta. Pero cuando se trata de escoger a once jugadores profesionales, procurar que no se lastimen antes de los partidos y seleccionar variantes tácticas, el fútbol es un juego impredecible donde el talento de los jugadores y el azar imponen sus resultados.
Conservo, debo confesar, un cariño superficial por Maradona. Hemos traído a Sudáfrica una bandera con la leyenda de “Gracias Doña Tota” en honor a su madre. La que lo crió en Villa Fiorito. La que le dio ciertos valores que le permitieron llegar a lo más alto.
Se trata, al fin y al cabo, de reconocer lo mejor de las personas y no quedarnos solo y siempre con lo peor. Sin chauvinismos miopes, éste es un tenue intento de valorar lo propio. A perder, fracasar, derrumbarnos; estamos acostumbrados. Pero podemos, cada tanto, gritar un gol sin culpa ni miedo, con verdadera ilusión.
POR ALEX MILBERG PARA NEWSWEEK
miércoles, junio 16
“Sentimos que en cualquier lado nos puede pasar algo”
Gabriel Kessler es doctor en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París (EHESS), entre otros títulos y ha publicado libros sobre pobreza (La nueva pobreza en la Argentina) junto a Alberto Minujín y más recientemente "Sociología del delito amateur". Esta semana saldrá a la calle su último texto: "El sentimiento de inseguridad. Sociología del temor al delito".
Llegó a Mendoza para dar un seminario en el marco del curso de perfeccionamiento "Problemática y gestión de la seguridad pública" organizado por la Secretaría de Graduados de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo.
En diálogo con Los Andes explicó que se borró la diferenciación que había en las ciudades entre zonas seguras e inseguras; vivimos sintiendo que en cualquier lado nos puede pasar algo. También afirmó que estamos en una "constante actitud moderna de intento de detectar lo amenazante" y así "cada uno es sospechoso para el otro".
- En sus estudios ¿destaca que hay miedos que vive la gente en diferentes estratos y formas?
-Hay temores compartidos entre distintos sectores sociales y que en algunos casos están vinculados con las imágenes más estigmatizadas en general, como los jóvenes varones de sectores populares. También depende del lugar dónde se trate. Los chicos y sus padres temen a la policía y a los patovicas. Ese miedo lo sienten en todas las clases aunque se ve más en sectores populares. Hay como una pluralidad de imágenes amenazantes, algunas comunes a distintos sectores y otras son diferentes en función del sector, sexo y área de residencia.
- ¿Cuál es la relación entre inseguridad y delito?
- La definición de inseguridad que manejo se basa en la idea de una amenaza aleatoria que puede abatirse sobre cualquiera en cualquier lugar y que puede venir de cualquier persona. Aquí juega la no identidad entre inseguridad y delito; es decir, lo que genera inseguridad no son todos los delitos, sino los violentos que pueden llegar en forma aleatoria.
También opera la des-identificación relativa: en los barrios los comerciantes se quejan de que cualquiera puede robarlos y eso es la des-identificación y es relativa porque un varón da más miedo que una mujer; si es joven, más que uno mayor.
Además opera la deslocalización; es decir, se pierde la diferencia imaginaria, que podía tener una base real, de que hay zonas seguras e inseguras. Lo que hoy pasa en la mayoría de las grandes ciudades, en Mendoza no lo sé pero tengo la sensación de que también, es que se acaba esta idea de que hay zonas seguras e inseguras y además se instala la percepción de que cualquier zona puede ser insegura y junto con la desidentificación generan y retroalimentan la sensación de inseguridad. Sentimos que en cualquier lado nos puede pasar algo, hay una inquietud intermedia permanente sin llegar al terror.
- Sentimos varios tipos de inseguridad: delitos, inseguridad jurídica, económica..
-Se está debatiendo en el mundo si estamos en una época más insegura o si, por el contrario, en una visión diferente, si a mayor seguridades como más esperanza de vida, menos guerra, más control de las enfermedades; se genera más sensibilidad frente a cualquier tipo de riesgo. Por ejemplo, la comida antes no se discutía que era beneficiosa y ahora entra también en el campo de los riesgos; entonces vemos que hay como una constante actitud moderna de intento de detectar lo amenazante que incluye el delito o no.
Por eso aparecen los negocios a los que hay que entrar tocando un timbre, chicos con celular para que los padres los puedan ubicar a cualquier hora; esto pasa en muchos órdenes de la vida cotidiana. Sin negar el aumento del delito, hay como una actitud de detección de sospecha para ubicar dónde está lo amenazante y eso es un rasgo moderno.
Se instala un patrón de conducta y percepción previa del otro que, por definición, es previamente sospechoso. Cada uno es sospechoso para el otro, entonces tengo que tener un dispositivo tecnológico para detectar si el otro es sospechoso o no.
- ¿Cuáles son las consecuencias de vivir así?
- Están los que dicen que esto genera más pedidos de la gente referidos al aumento de penas, mano dura o que se haga justicia por mano propia. Se generan desigualdades porque en las zonas no seguras no hay negocios y se degradan económicamente, la policía considera que ahí viven delincuentes, salen más caros los seguros.
Si se instalan más dispositivos privados de seguridad en zonas en las que los pueden poner, eso hace que el delito se desplace a lugares donde no se puede pagar una guarida privada. También se sale menos. Yo tengo una mirada más matizada, ni mucho ni tan poco. No tengo una visión apocalíptica de la inseguridad, no pienso que en la Argentina la gente viva aterrorizada.
En Mendoza la última encuesta de victimización que se realizó fue en 2005. Se la utiliza para saber qué sucede con los delitos. Sobre este punto Kessler indica:
"Hay un problema del poder político y es que no han comprendido lo imprescindible que es tener una encuesta de victimización, que sólo puede ser eficaz si tiene continuidad en el tiempo para ver las variaciones. Es un elemento central, sobre todo porque en este tema sabemos poco. Sabemos que la encuesta tiene limitaciones y las conocemos, pero es imprescindible para saber qué pasa con el delito"
Fuente; diario Los Andes online.
Llegó a Mendoza para dar un seminario en el marco del curso de perfeccionamiento "Problemática y gestión de la seguridad pública" organizado por la Secretaría de Graduados de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo.
En diálogo con Los Andes explicó que se borró la diferenciación que había en las ciudades entre zonas seguras e inseguras; vivimos sintiendo que en cualquier lado nos puede pasar algo. También afirmó que estamos en una "constante actitud moderna de intento de detectar lo amenazante" y así "cada uno es sospechoso para el otro".
- En sus estudios ¿destaca que hay miedos que vive la gente en diferentes estratos y formas?
-Hay temores compartidos entre distintos sectores sociales y que en algunos casos están vinculados con las imágenes más estigmatizadas en general, como los jóvenes varones de sectores populares. También depende del lugar dónde se trate. Los chicos y sus padres temen a la policía y a los patovicas. Ese miedo lo sienten en todas las clases aunque se ve más en sectores populares. Hay como una pluralidad de imágenes amenazantes, algunas comunes a distintos sectores y otras son diferentes en función del sector, sexo y área de residencia.
- ¿Cuál es la relación entre inseguridad y delito?
- La definición de inseguridad que manejo se basa en la idea de una amenaza aleatoria que puede abatirse sobre cualquiera en cualquier lugar y que puede venir de cualquier persona. Aquí juega la no identidad entre inseguridad y delito; es decir, lo que genera inseguridad no son todos los delitos, sino los violentos que pueden llegar en forma aleatoria.
También opera la des-identificación relativa: en los barrios los comerciantes se quejan de que cualquiera puede robarlos y eso es la des-identificación y es relativa porque un varón da más miedo que una mujer; si es joven, más que uno mayor.
Además opera la deslocalización; es decir, se pierde la diferencia imaginaria, que podía tener una base real, de que hay zonas seguras e inseguras. Lo que hoy pasa en la mayoría de las grandes ciudades, en Mendoza no lo sé pero tengo la sensación de que también, es que se acaba esta idea de que hay zonas seguras e inseguras y además se instala la percepción de que cualquier zona puede ser insegura y junto con la desidentificación generan y retroalimentan la sensación de inseguridad. Sentimos que en cualquier lado nos puede pasar algo, hay una inquietud intermedia permanente sin llegar al terror.
- Sentimos varios tipos de inseguridad: delitos, inseguridad jurídica, económica..
-Se está debatiendo en el mundo si estamos en una época más insegura o si, por el contrario, en una visión diferente, si a mayor seguridades como más esperanza de vida, menos guerra, más control de las enfermedades; se genera más sensibilidad frente a cualquier tipo de riesgo. Por ejemplo, la comida antes no se discutía que era beneficiosa y ahora entra también en el campo de los riesgos; entonces vemos que hay como una constante actitud moderna de intento de detectar lo amenazante que incluye el delito o no.
Por eso aparecen los negocios a los que hay que entrar tocando un timbre, chicos con celular para que los padres los puedan ubicar a cualquier hora; esto pasa en muchos órdenes de la vida cotidiana. Sin negar el aumento del delito, hay como una actitud de detección de sospecha para ubicar dónde está lo amenazante y eso es un rasgo moderno.
Se instala un patrón de conducta y percepción previa del otro que, por definición, es previamente sospechoso. Cada uno es sospechoso para el otro, entonces tengo que tener un dispositivo tecnológico para detectar si el otro es sospechoso o no.
- ¿Cuáles son las consecuencias de vivir así?
- Están los que dicen que esto genera más pedidos de la gente referidos al aumento de penas, mano dura o que se haga justicia por mano propia. Se generan desigualdades porque en las zonas no seguras no hay negocios y se degradan económicamente, la policía considera que ahí viven delincuentes, salen más caros los seguros.
Si se instalan más dispositivos privados de seguridad en zonas en las que los pueden poner, eso hace que el delito se desplace a lugares donde no se puede pagar una guarida privada. También se sale menos. Yo tengo una mirada más matizada, ni mucho ni tan poco. No tengo una visión apocalíptica de la inseguridad, no pienso que en la Argentina la gente viva aterrorizada.
En Mendoza la última encuesta de victimización que se realizó fue en 2005. Se la utiliza para saber qué sucede con los delitos. Sobre este punto Kessler indica:
"Hay un problema del poder político y es que no han comprendido lo imprescindible que es tener una encuesta de victimización, que sólo puede ser eficaz si tiene continuidad en el tiempo para ver las variaciones. Es un elemento central, sobre todo porque en este tema sabemos poco. Sabemos que la encuesta tiene limitaciones y las conocemos, pero es imprescindible para saber qué pasa con el delito"
Fuente; diario Los Andes online.
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