sábado, abril 17

En relación a la soberbia

Por: Juan Terranova.

Empiezo con una anécdota que ya conté. Estábamos en un asado y salió el tema de los comentarios en blogs y sitios periodísticos. Sebastián Di Doménica dijo: “La tendencia actual es que van a desaparecer”. Nadie sintió que se fuera a perder mucho. Ya nos habíamos acostumbrado al ruido del intercambio web. Un par de años antes, los comentarios habían sido la última esperanza blanca que le marcaba la cancha incluso a medios tan poderosos como El país y el New York Times. Después, como en toda revolución, surgieron las dudas.

Un ligero cansancio

Ya escribí en esta misma columna sobre el “género comentario”. Si cabe, me ocuparé de un sub-género dentro de ese mundillo infernal, el “comentario que denuncia soberbia”. Puede vérselo con facilidad aunque no tanto como antes, quizás porque ya se nota un ligero cansancio en los usuarios de la web. De hecho, lejos de las primeras efervescencias internéticas, los comentarios ofensivos, enmascarados en la denuncia de un error o en la reparación de una injusticia, se van reservando para determinados y puntuales universos digitales. Ya no arrecian como antes. Y muchos son los sitios que optan por no habilitarlos. Aunque los grandes medios los preserven e inviertan tiempo y dinero en su moderación. (Nicolás Mavrakis escribió un cuento excelente sobre el tema.)

Mala es seguro

Ahora bien, ¿tanto cuidado hay que tener con los productos que se venden como “democráticos”? O mejor, ¿de qué está hecha la soberbia? Mala es seguro. Está entre los pecados capitales. La RAE me pierde entre sus definiciones. De Wordreference me quedo con la sexta: “Altivez y arrogancia del que por creerse superior desprecia y humilla a los demás”. ¿Leo mal o a los deportistas se les perdona, mientras que a los periodistas se los condena cuando lo muestran como a la hilacha? Este pudor de la máscara intelectual, o su falta, ha sido estudiado por una traición nada desdeñable. Existe, como ente reconocido, la sub-disciplina llamada “Sociología de los intelectuales”. (En la maestría de Sociología de la Cultura del IDAES hay una materia que lleva ese nombre. Hace un par de años, entre algunos alumnos de esa casa de estudio, la asignatura se conocía como “la meta-clase”.)

Tradición y vanidad

Hay individuos alfabetizados que si no entienden algo enseguida lo tildan de soberbio y pretencioso. El Gran Escrúpulo supone no lograr fundirse inmediatamente con la masa. Ese gesto miserabilista, muy común en el periodismo vernáculo y en sus dependencias educativas, me resulta pobre (en el peor sentido de la palabra “pobre”). En mi caso particular, me vienen acusando de soberbio desde que empecé a leer libros por mi cuenta. Mucho más, desde luego, desde que empecé a escribir y a dejar constancia de esas lecturas. Aunque esa larga cola de reptil verde, que algunos llaman “tradición literaria”, informa desde hace mucho que acusar a un crítico literario de soberbio porque emite una opinión positiva o negativa sobre un libro es un gesto infantil. Cuando no directamente un gesto de narcisismo herido, cuando no directamente de inseguridad ontológica. Es una lástima que, hasta donde sé, la relación entre el acusador de soberbia y sus propios mecanismos narcisistas hayan sido poco tematizados. Mientras tanto, la vanidad y el ego, según wikipedia, motores de la soberbia, son dos de los grandes protagonistas de la vida contemporánea.

Una cosa más

Y una cosa más. En un comentario de este mismo sitio escribí algo que intenta mediar, aunque más no sea un poco, en las aguas revueltas de los comentarios de la web: “Agredir ya fue”. Alguien debería avisarles, por dar solo un ejemplo, a los que discuten las notas de La Nación, un medio que siempre se jactó de tener los “mejores lectores del país”.

www.hipercritico.com

jueves, abril 15

Cuadros dentro de cuadros

Primer Pulitzer para un sitio de noticias en Internet

El prestigioso premio de periodismo fue para el portal sin fines de lucro "Propublica", por una investigación sobre muertes en un centro médico tras el paso del huracán Katrina. El trabajo fue en colaboración con el New York Times.

Como cada año, los premios Pulitzer tienen a verdaderos peso pesado entre sus ganadores. En 2010, The Washington Post y The New York Times fueron dominadores. Pero esta edición será recordada por marcar un hito en la historia del periodismo en Internet: un portal con sede en Manhattan fue el primero en recibir este prestigioso galardón.

Se trata del sitio "Propublica", que ganó en la categoría de periodismo de investigación. El portal promueve el periodismo de investigación como servicio público. Sus impulsores son Paul Steiger, ex editor de "The Wall Street Journal", Stephen Engelberg, ex editor de "The Oregonian" y ex editor de periodismo de investigación del NYT.

"Propublica", nacida en 2008, defiende el periodismo de investigación que los medios tradicionales no pueden ejercer ante los costos económicos que supone invertir en "intensivos, extensivos e inciertos esfuerzos que supone producir periodismo de investigación", afirma en su página.

El jurado galardonó a la periodista de la web Sheri Fink por la historia realizada en colaboración con "The New York Times" en el que describía las decisiones a vida o muerte que tuvo que hacer el personal médico del hospital Memorial Medical Center de Nueva Orleans, tras verse afectado por el huracán Katrina.

Propublica ganó el premio de investigación periodística "ex aequo" con el diario "Philadelphia Daily News", que reveló un escándalo en el que se vio implicada la policía de narcóticos. Otro medio digital, el SFGate.com, web del diario "San Francisco Chronicle", también se llevó un galardón en el apartado de caricaturas editoriales, por los dibujos animados de Mark Fiore.

www.diariodecultura.com.ar

martes, abril 13

El candidato ejemplar

Por Eduardo Galeano

No lloraba evocando su infancia desvalida, no besaba a los niños, no firmaba autógrafos ni se fotografiaba junto a los inválidos. No prometía nada. No infligía interminables discursos a los
electores. No tenía ideas de izquierda, ni de derecha, pero tampoco de centro. Era insobornable, despreciaba el dinero, aunque se relamía notoriamente ante los ramos de flores.
En las elecciones de 1996, encabezaba las encuestas. Era el candidato favorito a la alcaldía del pueblo de Pilar, y su fama crecía en todo el nordeste del Brasil. La gente, harta de los políticos que mienten hasta cuando dicen la verdad, confiaba en este joven bóvido artiodáctilo, vulgarmente llamado chivo, de color blanco y barba al tono. En sus actos públicos, Federico bailaba, erguido en dos patas, y hacía convincentes cabriolas al ritmo de la banda que lo acompañaba por los barrios.
En vísperas de su victoria, amaneció muerto. Tenía la barba roja de sangre seca. Había sido envenenado.

El Filósofo

Por César Chesneau, señor Du Marsais o Dumarsais.

El filósofo es una máquina humana como cualquier otro hombre; pero es una máquina que, por su constitución mecánica, reflexiona sobre sus propios movimientos. Los otros hombres están decididos a obrar sin sentir ni conocer las causas que los hacen mover, sin ni siquiera soñar que las haya. Por el contrario, el filósofo discierne las causas tanto como esté en él hacerlo, e incluso a menudo las previene y se entrega a ellas a sabiendas: es un reloj que a veces se da cuerda a sí mismo, por así decirlo.

Los otros hombres se dejan llevar por sus pasiones sin que sus acciones estén precedidas por la reflexión; son hombres que caminan en las tinieblas; mientras que el filósofo, en sus pasiones, sólo obra tras la reflexión: camina en la noche, pero lo precede una antorcha.
El filósofo forma sus principios sobre infinidad de observaciones particulares.

Ama instruirse sobre los detalles y sobre todo lo que no se adivina.

Por el contrario, nuestros filósofos, persuadidos de que todos nuestros conocimientos provienen de los sentidos, de que sólo estamos hechos de reglas fundadas en la uniformidad de nuestras impresiones sensibles, de que estamos en el límite de nuestras luces cuando nuestros sentidos no son tan sutiles ni tan fuertes como para proporcionárnoslas; convencidos de que la fuente de nuestros conocimientos está por entero fuera de nosotros; nuestros filósofos, digo, nos exhortan a hacer una amplia provisión de ideas para librarnos así a la impresión exterior de los objetos, pero para librarnos cual discípulo que consulta y escucha, no cual maestro que decide e impone silencio; quieren que estudiemos la impresión precisa que el objeto causa en nosotros y que evitemos confundirla con la que ha causado cualquier otro objeto.

Para el filósofo, la verdad no es una amante que corrompe su imaginación y a la que cree ver por todas partes; se contenta con la posibilidad de discernirla allí donde la percibe. Jamás la confunde con la verosimilitud; toma por verdadero lo que es verdadero, por falso lo que es falso, por dudoso lo que es dudoso, por verosímil lo que no es más que verosímil. Aún hace más, y ésta es una gran perfección del filósofo: porque, cuando no encuentra el motivo apropiado para juzgar, sabe permanecer indeciso.
Cada juicio, como ya se ha señalado, supone un motivo exterior que lo provoca. El filósofo siente cuál debe ser el motivo apropiado del juicio que debe emitir. Si el motivo falta, no juzga, sino que espera y, cuando ve que espera inútilmente, encuentra consuelo.