jueves, mayo 13

El lector de diarios

Por Tomas Abraham

Es hora de que los semiólogos difundan los resultados de sus investigaciones sobre las motivaciones de la conducta de un lector de diarios. Hace mucho tiempo que no sabemos nada sobre el tema. Hay tantos consultores, asesores, programadores, especialistas en medios, que no parece excesivo pedir que divulguen sus estudios sobre los variados perfiles del lector nacional. Sólo hablamos de los medios y nos olvidamos que sin nosotros los lectores, oyentes y televidentes, no son nada. Nos vendría bien analizar este asunto ya que estamos en una situación en la que el gran público contempla con cierta sorpresa una guerra entre gobierno y periodistas, entre los mismos comunicadores, en medio de tribunales y juicios, además de los desfiles con fotos de periodistas estigmatizados.
Hay tantas preguntas por hacer y tan poco se ha discutido. Es tan grande el griterío que da la sensación que nadie tiene interés en analizar el tema. Clarín, por ejemplo, ¿vende más o menos que hace dos años? Un lector de Clarín que lo leía en el 2006 y sigue ahora, ¿ha variado su comportamiento político por el cambio de orientación del diario? ¿Por qué y cómo se lee un diario? ¿Cuál es la razón por la que en estos días los periódicos ingleses toman posiciones a viva voz sobre los candidatos, cambian de preferencia o las mantienen, sin sentir por eso que violan la condición de objetividad de la que una presunta ética los hace acreedores?
Los diarios “serios” de Gran Bretaña o los catalogados como “amarillos” no parecen arriesgar su reputación ni temer el desplante de sus avisadores y de su caudal de lectores con estas tomas de posición electorales.
A la espera de la información requerida de los especialistas correspondientes, no me queda otra alternativa en este momento que dar mi opinión de lector de diarios y de mero cliente de kioscos.
Voy a hacer una pregunta algo disparatada por lo obvia: ¿se sabe cuánta gente lee los diarios? ¿Cuánta lee en la ciudad de Salta, en Río Cuarto, en Bahía Blanca, en el país?
La verdad que muy poca. Es de público conocimiento que los diarios los leen unos pocos y son de clase media y alta. Se trata de un fenómeno mundial. Lo que sucede es que de lo publicado por los diarios se alimentan las radios que leen las noticias a la mañana, mientras la televisión también lo hace hasta que por tener medios de producción propios pueden renovar las novedades de la primera hora del día.
Sigo con otra pregunta: ¿para qué sirve la teoría de la alienación que sostiene que los medios tiene el poder de manipular a la gente? ¿Somos tan idiotas los miembros de la clase educada, media y solvente, que los cronistas hacen lo que quieren con nosotros?
Muchos creen que sí. Tanto poder dicen que tienen los medios que la inseguridad se convierte en una sensación y la corrupción se reduce a un titular tendencioso.
Es increíble que cada vez sean más numerosos los que “se dan cuenta” del poder manipulador que tienen los medios que los aún manipulados. Llegamos a la paradoja de que nadie se deja melonear porque todos están meloneados.
La relación que un lector tiene con su diario es compleja. No se basa en una fidelidad absoluta. Hay algo que los analistas no toman en cuenta y es que el vínculo que tienen con los medios los lectores de diarios, los oyentes de radio y los televidentes se basa fundamentalmente en la pereza. Nos distendemos con la actualidad. Nos hace compañía cuando nos afeitamos, durante el desayuno, en la mesa familiar, cuando cenamos, en los intervalos del trabajo, en los viajes en colectivo. Nos informamos y a la vez nos distraemos.
A la hora de votar por un candidato esas vivencias cotidianas se sumergen en un torrente disolvente y lo que cuenta en la urna es un voto imprevisible. La mayoría de la gente tiene una vida pareja todos los días con problemas de subsistencia bastante apremiantes y temores varios. En medio de esto las noticias entretienen, permiten cierto desahogo y nos descansan.
La agitación que vive el personal de las redacciones, de las agencias de noticias, de los estudios de televisión y radio, el permanente estado de excitación que creen que todo el mundo comparte, en realidad no es más que un teatro de exageraciones de esa megaproducción llamada actualidad.
Todavía los ideólogos del control total no se dan cuenta de que el pequeño hombre que abre un diario o enciende un aparato no es un feligrés sino un ser reactivo que disfruta de la noticia. Se detiene en esas caras graves y preocupadas a cargo de los informativos, se identifica con las indignaciones que padece el locutor, prestaba atención a lo que proponía Bernardo Neustadt que soportó el odio de la mayoría de sus connacionales con el más alto rating que haya logrado un periodista.
¿Qué características tiene un lector ecléctico? Hay dos tipos de lectores con estas características. Uno es el que no lee los diarios durante la semana porque no tiene tiempo, se satisface con la televisión, y junta varios periódicos el domingo para leerlos a la mañana, tarde y noche, con alternancias de siestas y comidas. Otro es el que usa los diarios como material de trabajo ya que quiere por razones de oficio tener una idea de los acontecimientos de actualidad a través de la expresión de los sectores de la sociedad en los nichos informativos.
La realidad es una cebolla que se pela, o para ser más tajante, un alcaucil sin corazón. Las noticias se fabrican y la realidad se entrega por partes. Consumimos trozos de una actualidad sin fin a elección del oferente, y cambiamos de diario, dial y canal si queremos degustar otro sabor.
Ya todo el mundo parece estar de acuerdo en que no existe la objetividad. Y también se está de acuerdo en que se transmiten verdades parciales. Por eso el periodismo hegemónico en nuestro país es el que confronta verdades parciales. Es decir mentiras acotadas.
Pero los diarios no se identifican sólo con su línea editorial, por el hecho de que además escriben en él periodistas que no son todos iguales. Se me ocurre que el mejor diario o medio de comunicación en general es aquel que tiene la mayor heterogeneidad posible de pensamiento periodístico.
No existe, salvo casos aislados, en nuestro país, un periodismo de pensamiento que se preocupe por plantear problemas, averiguar datos, sumar informaciones, ofrecer del modo más completo y crítico un panorama lo más exhaustivo posible respecto de cualquier tema.
Despreciamos el oficio y más aún a los receptores de la información. Hay tan pocas excepciones que esta realidad parece no tener fisuras. Da la sensación que los que están a cargo de la actualidad se esmeran por encontrar cada día o cada semana un argumento a favor o en contra de un enemigo declarado. Es ésa la que creen los periodistas que es su tarea. Como que no tuvieran otra. O son pastores de la corrección y de la indignación moral o parte de una cruzada de justicieros con micrófono. Nadie quiere perder a sus “compañeros”, clientes o avisadores con sorpresas desagradables, como las que se tiene si un análisis o una información va a contracorriente de un deseo del consumidor o de algún patrón estatal o privado.
Hay que dar masticado lo que se espera, y siempre lo mismo.

www.perfil.com

martes, mayo 11

Cuadros dentro de cuadros

En este bicentenario

Por Felipe Pigna

Llegó finalmente el mes tan mentado, mayo, el mes del Bicentenario. Enorme oportunidad para pensar y pensarnos, para retomar la senda marcada por nuestros padres fundadores y honrar el mandato histórico de Mayo de 1810 tan manipulado durante estos doscientos años. Porque aquellos sueños de libertad e inclusión, de industria, progreso, justicia y educación para todos fueron trocados por la justificación de la llegada y permanencia en el poder de una elite que se decía continuadora de los ideales de mayo pero que en realidad practicaba todo lo contrario.
La línea Mayo-Caseros es en todo caso muy sinuosa y caprichosa.
Los hombres que encararon el Proceso de Organización Nacional tras la derrota del interior en Pavón comenzaron en 1862 con Mitre a crear un nuevo Estado centralizado en el que el principal rubro del presupuesto estaba constituido por los gastos militares de un flamante ejército nacional que nacía con una hipótesis de conflicto muy clara: la represión interna a los movimientos provinciales que se resistían a aceptar la hegemonía del puerto de Buenos Aires y el sometimiento a sus políticas. Estos dirigentes reivindicaban de palabra la revolución y a sus hombres pasteurizándolos, quitándoles todo contenido cuestionador y revolucionario. Si hasta llegaron a negarle legitimidad al Plan de operaciones de Mariano Moreno argumentando que era apócrifo. Claro que leyendo aquella obra basal del pensamiento morenista uno entiende por qué los autodenominados liberales argentinos se quieren despegar de aquel Moreno que escribía: “Una cantidad de 200 o 300 millones de pesos puestos en el centro del Estado para la fomentación de las artes, agricultura, navegación, etc., producirán en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que, siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que deben evitarse principalmente porque son extranjeras y se venderán a más oro de lo que pesan”. Este era el “liberal” Moreno. Era lógico que, según su costumbre que se iría perfeccionando, quisieran hacer desaparecer aquel escrito que les complicaba su instalación de la idea de la “herencia” de los mejores ideales de Mayo, no convenía que Moreno explicitara tan claramente la necesidad de la inversión del Estado en infraestructura para cambiar el modelo de país de pastoril exportador para unos pocos a industrial, agrícola y moderno para muchos. No podía aparecer nada menos que Moreno criticando las importaciones suntuarias, tan “necesarias” para nuestras señoras y señores de la burguesía terrateniente que se disfrazaban de liberales.
Tenemos en este 2010 la oportunidad de acercarnos a aquel pensamiento no desde la nostalgia de lo que fue y no será, sino desde la lógica que revaloriza un pensamiento que mantiene una extraordinaria vigencia y que puede sernos de una gran utilidad en la tarea de reconstrucción y puesta en marcha de un modelo productivo inclusivo en el que nadie se quede afuera. Esto proponía hace doscientos años Manuel Belgrano: “Es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria, y esto lo hemos de conseguir si se le dan propiedades que se podría obligar a la venta de los terrenos que no se cultivan, al menos en una mitad, si en un tiempo dado no se hacían las plantaciones por los propietarios; y mucho más se les debería obligar a los que tienen sus tierras enteramente desocupadas, y están colinderas con nuestras poblaciones de campaña, cuyos habitadores están rodeados de grandes propietarios y no tienen ni en común ni en particular ninguna de las gracias que les concede la ley: motivo porque no adelantan”.

Revista Caras y Caretas

domingo, mayo 9

¡Bienvenidos al tren!

Por Daniel Flichtentrei

Soy médico y me ha ocurrido —cientos de veces— que mientras asisto a una persona internada sus familiares y amigos atan cintas rojas a las patas de la cama, pegan estampitas de santos en la cabecera, arman altares en la mesita de luz, dejan botellas con líquidos bendecidos, ramitas de rudamacho debajo de la almohada, rezan, cantan, oran, bailan. He atendido a gitanos mientras su comunidad entera acampaba en las puertas del hospital en una vigilia de multitudes y hasta que el paciente no era dado de alta no se movían de allí. Aprendido el lenguaje de los presos y la jerga de las prostitutas. Vi a un detenido sobornar a un policía para que le trajera una foto autografiada de “Gilda” y al miserable aceptar el arrugado billete de diez pesos que escondía dentro de la media para hacerlo. Me hice el distraído mientras una madre le “tiraba el cuerito” y rodeaba con una cinta el abdomen de su hijo minutos antes de entrar al quirófano con los intestinos perforados. Ingresé a la habitación de un paciente con la lentitud suficiente como para que su esposa ocultara una caja con gorgojos que colocaba sobre su espalda cuando yo no la veía. Permití el ingreso a la sala de internados de sacerdotes, curanderos, chamanes, un “pai” umbanda que danzó alrededor del moribundo durante toda la noche, y no sé cuántas cosas más. Compartí pacientes con el “Gauchito” Gil, con la Virgen Desatanudos, San La Muerte, Pancho Sierra, el padre Mario, la Madre María, y otros tantos colegas. Formamos un buen equipo y, entre todos, hacemos lo que podemos.
Me resultaba incomprensible que las personas vinieran al hospital al sentirse enfermas pero al mismo tiempo confiaran en que otras estrategias podían sanarlas. Si era así, ¿por qué no se internaban en sus templos?

Hace algunos años una señora correntina a quien le pregunté esto me dijo: “No se enoje, pero lo que pasa, doctorcito, es que estamos enfermos de más cosas de las que ustedes pueden curarnos, y confiamos en la medicina menos de lo que ustedes pueden tolerar”. Se llamaba Herminia y murió a los pocos días. Aún hoy pienso en ella a menudo, pero ya no me hago más esa estúpida pregunta.
El acto médico emplea una enorme diversidad de recursos, entre ellos, la propia figura de quien lo ejerce. La presencia, la palabra, la actitud y una cantidad de cuestiones misteriosas que operan en el encuentro entre médico y paciente ejercen su efecto terapéutico sobre la persona que padece.

Desde el momento en que cualquier enfermedad implica un padecimiento subjetivo y una repercusión social, y no sólo una alteración de la homeostasis, influir sobre aquellas dimensiones forma parte de la cura o el alivio. Una mano que se estrecha con firmeza y que transmite decisión y afecto, una mirada que se dirige a los ojos y no a los papeles o a las pantallas, el silencio respetuoso e interesado de la escucha atenta; en fin, una persona que hace saber al otro que lo que a él le ocurre es importante y despierta su interés: eso también es un remedio, ¡un extraordinario remedio!
Algunas disciplinas tomaron la decisión de someterse a la prueba de los investigadores. Ellos determinan sus efectos, los mecanismos mediante los cuales se producen y su eficacia. Sólo entonces se dispone de ellas como recursos de tratamiento. La mayor experiencia se realiza con actividades como la meditación y otras prácticas de origen budista. El Dalai Lama fue un pionero en este diálogo fecundo entre científicos y disciplinas espirituales. Los estudios realizados muestran algunos resultados sorprendentes y permitieron esclarecer la naturaleza biológica de muchas de las experiencias que viven quienes practican estas técnicas. En muchos lugares del mundo ya se incorporaron de manera regular como recomendaciones médicas para enfermedades muy diferentes. Famosos investigadores como Daniel Goleman, Richard Davidson y Marco Iacoboni publicaron trabajos sobre el tema.

No es verdad que la ciencia sea un reducto encerrado en sus pruebas de laboratorio. La vida entera es su objeto de estudio. El cuerpo humano es un organismo social y en permanente interacción con el medio. La ventaja de la ciencia es que tiene un procedimiento para hacerlo, que sabe lo que ignora, que tiene conciencia de que sus conocimientos son provisorios y los somete a prueba. Todo lo que demuestre beneficios para las personas se convertirá en una herramienta legítima a utilizar. La ciencia interviene en casi todo lo que conocemos pero también tiene plena conciencia de lo poco que eso significa ante la inconmensurable experiencia de vivir. Nadie debería permitir que se lo asista si aquello con lo que se pretende tratar su padecimiento no puede exhibir las evidencias que lo justifican. Quienes se resisten a la evaluación rigurosa u ocultan las pruebas de su ineficacia son imprudentes o falsificadores. No sería tan grave si todos estuviésemos alertados de ello, si sus prácticas se mantuviesen por fuera de las instituciones de salud. Pero no es así. La impostura, las creencias sin demostraciones, las prácticas improvisadas e ignorantes también habitan en algunos consultorios. La salud y la enfermedad reclaman más de lo que la medicina puede aportar. Hay criterios y reglas básicas que se deben cumplir antes de llegar a los que sufren. Sin prejuicios, sin hegemonías. Los necesitamos, los esperamos, ¡bienvenidos al tren!

Flichtentrei es cardiólogo y jefe de contenidos médicos de Intramed.
Revista Newsweek