Años después del vencimiento de un plazo de seis meses, decenas de países, entre ellos los productores de uranio, siguen representando un peligro potencial para la defensa global contra el terrorismo nuclear e ignorando un mandato de las Naciones Unidas para hacer frente a esta amenaza.
Níger, gran exportador de uranio, y la República Democrática del Congo, de donde procedió el uranio utilizado en la primera bomba atómica, figuran entre los estados que no han cumplido plenamente la Resolución 1540 del Consejo de Seguridad, elemento clave para evitar la proliferación nuclear.
La minería no regulada del Congo preocupa desde hace tiempo a las autoridades internacionales por temor a que el uranio acabe en manos de terroristas.
El presidente estadounidense Barack Obama, que considera el terrorismo nuclear "la amenaza más inmediata y extrema para la seguridad global", presidió días atrás una cumbre en Washington en el que el cumplimiento de esa resolución fue uno de los temas prioritarios de la agenda.
29 naciones no informaron qué medidas tomaron, como requiere la resolución aprobada en el 2004. Y de las 160 que sí lo hicieron, abundan los casos en los que la información es incompleta.
La cumbre de Washington trabajó formulando duras advertencias sobre la importancia del mandato de la ONU en este tema. Las potencias occidentales con Estados Unidos a la cabeza, temen que el material atómico caiga en manos terroristas y sea utilizado en la fabricación de bombas sucias.
La resolución 1540, promovida por Estados Unidos luego de los ataques del 11 de septiembre del 2001 y del descubrimiento de una red que contrabandeaba material nuclear en el 2004, es el único instrumento legal de alcance mundial para frenar la posible entrega de tecnología nuclear a elementos terroristas. A diferencia de los tratados, que se aplican solo en los países que los ratifican, constituye un mandato de las Naciones Unidas, de cumplimiento obligatorio para todos.
La resolución exige a los gobiernos "que adopten y hagan cumplir leyes efectivas que impidan" que esa tecnología llegue a manos terroristas para la fabricación de armas nucleares, químicas o biológicas.
Estados Unidos y otras naciones industrializadas presentaron informes sumamente detallados, mientras que otros países pequeños prepararon informes muy cortos con datos irrelevantes, como, por ejemplo, los tratados de no proliferación que han ratificado o, en el caso de Uganda, pidieron ayuda financiera para cumplir sus obligaciones.
Muchos países no dicen si sancionaron leyes para castigar las actividades relacionadas con armas de destrucción masiva, si vigilan el cumplimiento de esas leyes o si elaboraron listas de artículos controlados.
Casi todos los países que no presentaron informes se encuentran en África. Ese grupo incluye naciones productoras de uranio como Zambia, Malaui y la República de Africa Central.
Los informes requeridos por la resolución 1540 son "especialmente importantes cuando un país tiene minas de uranio o un viejo reactor para investigaciones", expresó el académico sueco Johan Bergenas, especialista en estos temas.
"No estamos en condiciones de cumplir con esos requisitos", comentó el diplomático nigeriano Boubecar Boureima. "Nos enfocamos en cuestiones económicas, en promover la paz en nuestra región y en otros asuntos de nuestro interés".
"Tenemos uranio", admitió. "Pero no pensamos darle usos equivocados".
Los países que no rinden informes son solo parte del problema, según diplomáticos.
Egipto anunció nueva legislación para penalizar el tráfico de bienes nucleares y Malasia una ley para ajustar los controles a la exportación en una nación notoria como punto de tránsito clandestino de tecnología nuclear. Ucrania, México y otros países prometieron ceder su uranio altamente enriquecido. Y el comunicado final de los participantes de la reciente cumbre apoyó el objetivo de Obama de asegurar todo material nuclear vulnerable dentro de los próximos cuatro años.
Los expertos dicen que no será fácil a medida que el mundo trata de determinar qué es lo que hay, dónde está y qué es "vulnerable".
Los materiales fisionables se encuentran en algunos sitios inesperados: en las plantas de energía de los rompehielos rusos y submarinos atómicos estadounidenses, en reactores de investigación universitaria, en depósitos dentro del sistema de energía nuclear japonés. Y cientos de toneladas están en ojivas nucleares emplazadas o en desuso en Estados Unidos y Rusia.
Los expertos sólo pueden calcular la cantidad: de 1.300 a 1.900 toneladas de uranio enriquecido como para utilizar en armas nucleares están almacenadas en el mundo, según informó el año pasado el Panel Internacional sobre Material Fisionable. Unos pocos kilos pueden producir una bomba capaz de destruir una ciudad.
El tonelaje se acumuló durante la Guerra Fría, cuando Estados Unidos y Rusia rivalizaban en producir estos metales exóticos e incluso donaron parte a naciones amigas para sus reactores de investigación.
Esa rivalidad ha quedado atrás, pero su legado de terror persiste. Ahora el mundo se preocupa menos sobre la posibilidad de un apocalipsis a causa de las grandes potencias que por las aspiraciones nucleares de grupos terroristas como Al Qaeda.
www.observadorglobal.com
Decía Walter Benjamín que un libro de citas de otros, sería un libro perfecto, ya que estas enriquecen lo nuestro y convierten nuestra obra en una “obra colectiva”. Lejos de la perfección se encuentra esta iniciativa, pero si vale como lugar donde compartir distintos textos, con el sentido de entender este día a día que nos toca en el mundo. La intención no será cambiarlo, sólo la de tratar de entenderlo.
sábado, abril 24
viernes, abril 23
El futuro del libro es brillante
Por Anna Quindlen
Las etapas de la vida de un escritor profesional no están marcadas por un nombre en la puerta de una oficina, sino por un nombre escrito en tinta. Una mañana en la que mi padre llegó a casa con un paquete de diarios del domingo porque mi firma estaba en la primera página, y una tarde en que convencí a un guardia de seguridad para que me diera una edición, todavía caliente por la rotativa, con mi primera columna. Pero nada se compara al día en que alguien —en mi caso, un empleado de FedEx— me entregó un libro de tapas duras con mi nombre en la tapa. Y con el perdón de todos los “techies”, no estoy segura de que el momento hubiese tenido la misma grandeza si, en cambio, mi trabajo hubiera sido bajado de Internet a una pantalla en formato de libro electrónico.
El libro ha muerto, sigo escuchando mientras estoy sentada escribiendo otro más en una habitación repleta de ellos. La tecnología lo mató. Las librerías están condenadas a convertirse en museos, lugares de almacenamiento de una forma tan antediluviana como las pinturas rupestres. Los estadounidenses, sin embargo, tienden a tener una mentalidad de una cosa o la otra en la mayoría de los temas, de la política a la prosa. La invención de la televisión trajo predicciones sobre la muerte de la radio. La producción cinematográfica parecía ser la sentencia de muerte para el teatro en vivo; la música grabada, el fin de los conciertos. Todas esas formas todavía existen —a veces bajo la sombra de sus “hermanos”, pero no ahogadas por ellos—. Y a pesar de las predicciones, la lectura sigue siendo parte de la vida, aunque las computadoras reemplazan a los lápices y los libros están tanto en las computadoras de mano como en estantes de tiendas.
No hay duda de que la lectura fuera del papel se incrementará en los próximos años. Las madrinas de la alfabetización, las bibliotecarias públicas, ya están prestando e-readers. Y no hay duda de que una vez más escucharemos los lamentos que sugieren que la alfabetización verdadera se convirtió en un arte perdido. La diferencia en esta ocasión es que estaremos confrontando elitismo de ambos lados. No sólo los puristas literarios se quejan ahora de la naturaleza evanescente de las letras que aparecen en pantalla, sino que los aficionados tecnológicos se volvieron también desdeñosos del viejo estilo. “Este libro apesta, huele a papel y tinta”, leí en un comentario online sobre el bestseller “Game Change” antes del lanzamiento de la versión digital.
* La nota completa, en la edición impresa de Newsweek.
Las etapas de la vida de un escritor profesional no están marcadas por un nombre en la puerta de una oficina, sino por un nombre escrito en tinta. Una mañana en la que mi padre llegó a casa con un paquete de diarios del domingo porque mi firma estaba en la primera página, y una tarde en que convencí a un guardia de seguridad para que me diera una edición, todavía caliente por la rotativa, con mi primera columna. Pero nada se compara al día en que alguien —en mi caso, un empleado de FedEx— me entregó un libro de tapas duras con mi nombre en la tapa. Y con el perdón de todos los “techies”, no estoy segura de que el momento hubiese tenido la misma grandeza si, en cambio, mi trabajo hubiera sido bajado de Internet a una pantalla en formato de libro electrónico.
El libro ha muerto, sigo escuchando mientras estoy sentada escribiendo otro más en una habitación repleta de ellos. La tecnología lo mató. Las librerías están condenadas a convertirse en museos, lugares de almacenamiento de una forma tan antediluviana como las pinturas rupestres. Los estadounidenses, sin embargo, tienden a tener una mentalidad de una cosa o la otra en la mayoría de los temas, de la política a la prosa. La invención de la televisión trajo predicciones sobre la muerte de la radio. La producción cinematográfica parecía ser la sentencia de muerte para el teatro en vivo; la música grabada, el fin de los conciertos. Todas esas formas todavía existen —a veces bajo la sombra de sus “hermanos”, pero no ahogadas por ellos—. Y a pesar de las predicciones, la lectura sigue siendo parte de la vida, aunque las computadoras reemplazan a los lápices y los libros están tanto en las computadoras de mano como en estantes de tiendas.
No hay duda de que la lectura fuera del papel se incrementará en los próximos años. Las madrinas de la alfabetización, las bibliotecarias públicas, ya están prestando e-readers. Y no hay duda de que una vez más escucharemos los lamentos que sugieren que la alfabetización verdadera se convirtió en un arte perdido. La diferencia en esta ocasión es que estaremos confrontando elitismo de ambos lados. No sólo los puristas literarios se quejan ahora de la naturaleza evanescente de las letras que aparecen en pantalla, sino que los aficionados tecnológicos se volvieron también desdeñosos del viejo estilo. “Este libro apesta, huele a papel y tinta”, leí en un comentario online sobre el bestseller “Game Change” antes del lanzamiento de la versión digital.
* La nota completa, en la edición impresa de Newsweek.
martes, abril 20
Por la reconciliación
Por Angélica Gorodischer
Usted habrá oído esa frase que dice “ni un sí ni un no”. Suelen decirla las señoras para explicar lo maravillosamente que transcurren sus parejas. A mí no me impresionan para nada, al contrario. Pienso “qué horror, qué aburrimiento”. No, no me diga que no tengo razón: toda una vida sin un sí ni un no; toda una vida sin una buena pelea a los gritos pelados o sin pelar. Los desiertos de la luna deben ser más divertidos que vivir meses y años sin una saludable discusión. Saludable, dije, sí, ¿qué hay? Las legumbres, el pescado de mar que tiene esas grasas no saturadas, una manzana por día, la actividad física, todo eso es tan saludable como una buena discusión. Los pescados y las manzanas y el brócoli ayudan a eliminar toxinas y grasas malignas y bulimias y etcéteras; y una buena discusión, con sus síes y sus noes ayuda a eliminar rencores, ofensas, agravios, desaires, esas cosas que hacen tanto mal al nivel de colesterol como al cutis. Además, como dice una amiga mía que se casó dos veces, enviudó otras tantas y ahora tiene un novio quince años menor que ella, además no hay nada en este mundo ni en los otros, nada tan dulce y vigorizante como una reconciliación hecha y derecha después de haberse una dicho de todo con el hombre de su vida. Se reconcilia una, le queda el alma limpita, vuelven las suaves brisas de la luna de miel y pueden ellos dedicarse a hacer planes para el próximo verano. Hablo, claro está, de una reconciliación de veras, no de “bueno está bien terminala”, sino de “mirá, los dos tenemos un poco de razón, ¿eh?” Usted sabe cómo se llama eso, ¿no? Sí: matrimonio. ¡Pero no! Se llama democracia. ¿En serio? Ajá. Es que hay mucha gente que no lo sabe. Otra vez ajá.
www.perfil.com
Usted habrá oído esa frase que dice “ni un sí ni un no”. Suelen decirla las señoras para explicar lo maravillosamente que transcurren sus parejas. A mí no me impresionan para nada, al contrario. Pienso “qué horror, qué aburrimiento”. No, no me diga que no tengo razón: toda una vida sin un sí ni un no; toda una vida sin una buena pelea a los gritos pelados o sin pelar. Los desiertos de la luna deben ser más divertidos que vivir meses y años sin una saludable discusión. Saludable, dije, sí, ¿qué hay? Las legumbres, el pescado de mar que tiene esas grasas no saturadas, una manzana por día, la actividad física, todo eso es tan saludable como una buena discusión. Los pescados y las manzanas y el brócoli ayudan a eliminar toxinas y grasas malignas y bulimias y etcéteras; y una buena discusión, con sus síes y sus noes ayuda a eliminar rencores, ofensas, agravios, desaires, esas cosas que hacen tanto mal al nivel de colesterol como al cutis. Además, como dice una amiga mía que se casó dos veces, enviudó otras tantas y ahora tiene un novio quince años menor que ella, además no hay nada en este mundo ni en los otros, nada tan dulce y vigorizante como una reconciliación hecha y derecha después de haberse una dicho de todo con el hombre de su vida. Se reconcilia una, le queda el alma limpita, vuelven las suaves brisas de la luna de miel y pueden ellos dedicarse a hacer planes para el próximo verano. Hablo, claro está, de una reconciliación de veras, no de “bueno está bien terminala”, sino de “mirá, los dos tenemos un poco de razón, ¿eh?” Usted sabe cómo se llama eso, ¿no? Sí: matrimonio. ¡Pero no! Se llama democracia. ¿En serio? Ajá. Es que hay mucha gente que no lo sabe. Otra vez ajá.
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lunes, abril 19
La clase media resigna entretenimiento por educación
El gimnasio, el jean de la marca top, salir a comer todas las semanas o tomar taxis son consumos que la clase media está dispuesta a relegar si se trata de achicar gastos para mantener el nivel educativo de sus hijos. A pesar de los aumentos que alcanzan el 15% en los colegios privados con subsidio estatal durante mayo y el 30% en los últimos dos años, muchos padres siguen haciendo el esfuerzo para poder pagar la cuota. Los colegios públicos están dejando de ser una opción para este sector de la población, sobre todo en el área metropolitana. La cantidad de alumnos que estudian en colegios públicos cayó el 1,3% entre 2000 y 2007 mientras en el sector privado se incrementó el 14,1%, según datos del Ministerio de Educación de la Nación.
El sueldo promedio en el sector privado formal es de 3.229 pesos, según el INDEC, por lo que el ingreso familiar suele duplicarse.y una cuota de un colegio privado medio ronda los 600 pesos en la ciudad de Buenos Aires y 400 en la provincia. “En la ciudad el 65% de las familias que envían a sus hijos a colegios privados gastan 600 pesos, en la provincia, el 75% gasta 400 pesos”, asegura Alfredo Fernández, secretario legal y técnico de la Asociación Entidades Educativas Privadas Argentinas (Adeepra). Fernández aclara que de los 880 colegios privados porteños, 440 están subsidiados y de los 8.800 de la provincia, el 60% tiene aporte estatal. Susana Andrada, desde el Centro de Atención al Consumidor, asegura que el porcentaje del gasto que la clase media destina a educación supera el 15%. “La educación termina siendo un peso, porque todos buscamos una excelencia que en la escuela pública ya no se puede encontrar. Una familia de clase media es capaz de recortar el cable o el garage del auto, pero no toca la educación ni la salud de sus hijos”, afirma. Andrada indicó que no es conveniente el sistema de cuota recupero que se aplica en la provincia de Buenos Aires: “Con la cuota recupero, las escuelas tienen la posibilidad de presentar una declaración jurada y obtener otro aumento”, dijo a Silvina Herrerajo del diario Perfil.
Dos reconocidos especialistas en educación intentan explicar por qué la clase media sigue destinando un elevado porcentaje de su sueldo a mandar a sus chicos a una escuela privada. La pedagoga Silvina Gvirtz señala: “La doble joranda de la escuela privada es fundamental. Hoy es necesario que el chico sepa inglés y tenga los recursos necesarios, las cuatro horas que ofrecen los colegios públicos no alcanzan”.
El ex director provincial de Educación Secundaria bonaerense, Ariel Zysman, indica: “El valor que se le asigna a la educación es el valor de darle un plus a la construcción de la vida. La educación sigue siendo vista como una inversión a futuro, como condición de ascenso social. La clase media gasta mucho en educación, no sólo en la cuota. Existe una cultura de consumo educativo”.
Marcelo D. tiene 38 años y manda a su chico de edad escolar a una escuela privada. Dice que fue una exigencia de su esposa.
“Me resistía a pagar la escuela privada, siempre fui a una pública. Pero entendí que la realidad indica que va a estar mejor preparado y que tenemos que hacer el esfuerzo”. Adriana López, de 40 años, afirma que la cuota del colegio de sus hijos aumentó a 780 pesos y deberán ajustarse: “Es más de la mitad de mi sueldo, pero prefiero dejar de ir al gimnasio y salir a correr para poder pagarlo”.
www.diariodecultura.com
El sueldo promedio en el sector privado formal es de 3.229 pesos, según el INDEC, por lo que el ingreso familiar suele duplicarse.y una cuota de un colegio privado medio ronda los 600 pesos en la ciudad de Buenos Aires y 400 en la provincia. “En la ciudad el 65% de las familias que envían a sus hijos a colegios privados gastan 600 pesos, en la provincia, el 75% gasta 400 pesos”, asegura Alfredo Fernández, secretario legal y técnico de la Asociación Entidades Educativas Privadas Argentinas (Adeepra). Fernández aclara que de los 880 colegios privados porteños, 440 están subsidiados y de los 8.800 de la provincia, el 60% tiene aporte estatal. Susana Andrada, desde el Centro de Atención al Consumidor, asegura que el porcentaje del gasto que la clase media destina a educación supera el 15%. “La educación termina siendo un peso, porque todos buscamos una excelencia que en la escuela pública ya no se puede encontrar. Una familia de clase media es capaz de recortar el cable o el garage del auto, pero no toca la educación ni la salud de sus hijos”, afirma. Andrada indicó que no es conveniente el sistema de cuota recupero que se aplica en la provincia de Buenos Aires: “Con la cuota recupero, las escuelas tienen la posibilidad de presentar una declaración jurada y obtener otro aumento”, dijo a Silvina Herrerajo del diario Perfil.
Dos reconocidos especialistas en educación intentan explicar por qué la clase media sigue destinando un elevado porcentaje de su sueldo a mandar a sus chicos a una escuela privada. La pedagoga Silvina Gvirtz señala: “La doble joranda de la escuela privada es fundamental. Hoy es necesario que el chico sepa inglés y tenga los recursos necesarios, las cuatro horas que ofrecen los colegios públicos no alcanzan”.
El ex director provincial de Educación Secundaria bonaerense, Ariel Zysman, indica: “El valor que se le asigna a la educación es el valor de darle un plus a la construcción de la vida. La educación sigue siendo vista como una inversión a futuro, como condición de ascenso social. La clase media gasta mucho en educación, no sólo en la cuota. Existe una cultura de consumo educativo”.
Marcelo D. tiene 38 años y manda a su chico de edad escolar a una escuela privada. Dice que fue una exigencia de su esposa.
“Me resistía a pagar la escuela privada, siempre fui a una pública. Pero entendí que la realidad indica que va a estar mejor preparado y que tenemos que hacer el esfuerzo”. Adriana López, de 40 años, afirma que la cuota del colegio de sus hijos aumentó a 780 pesos y deberán ajustarse: “Es más de la mitad de mi sueldo, pero prefiero dejar de ir al gimnasio y salir a correr para poder pagarlo”.
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