Por Roberto Guareschi
La libertad de Internet está en juego. Me apuro a decir que este artículo no se refiere al zafarrancho del Poder Ejecutivo con Cablevisión. Se refiere a la organizada ofensiva que las proveedoras de Internet han lanzado en EE.UU. para terminar con la Internet que conocemos: libre e igual para todos.
Esta ofensiva propone darles a las grandes corporaciones de la comunicación la potestad de rechazar ciertos contenidos, darles paso a otros y cobrar precios diferenciales. En suma, crear una Internet especial, veloz y cara, que de hecho define a otra barata y pobre. Imaginen algo parecido a la TV por cable con paquetes premium y paquetes anémicos.
No es una campaña cualquiera. Tiene la fuerza de convicción de miles de millones de dólares y el apoyo de Google, hasta antes de ayer principal adalid de la Internet libre, hoy aliada con Comcast, primera operadora de cable y proveedora de Internet en EE.UU. Ambas acaban de difundir una propuesta a los legisladores.
Internet nació libre y se mantuvo así hasta ahora. Era la primera gran revolución cultural desde la invención de la imprenta. Porque era libre, llevó más lejos la difusión del conocimiento, la capacidad de conectarnos instantáneamente sin intermediarios. Esa libertad e igualdad (la llamada “neutralidad“) permite aún hoy que todo lo transportado por Internet tenga igual tratamiento, no importa si lo emite una gran empresa, un gobierno o un individuo. Por eso Internet se ha convertido en una de las tramas esenciales de la vida y lo será cada vez más porque todos los medios convergerán en Internet.
Valiosísimo territorio. Por eso, precisamente, se abrió ahora este campo de batalla. Google y Comcast se esforzaron por disimular su uso abusivo de una posición de poder. Sostienen que su propuesta a los legisladores se limita a la Internet móvil. Un disimulo sin patas: casi todo será móvil en pocos años. Unos viajarán en primera y otros en segunda, tercera, etc. A los más pobres se les hará cada vez más difícil subir. Lo que se resuelva en EE.UU. influirá acá y en casi todo el mundo.
Algunos especialistas dicen que Internet no tiene por qué tener un estatus diferente del de otros servicios públicos (hay telefonía, TV por cable, salud, de distintos precios). Pero en EE.UU. sólo una pequeña parte de la población puede elegir entre más de dos prestadoras de servicios de Internet.
De todos modos, aunque hubiera una efectiva competencia que diera libertad de elección e impidiera la fijación de precios, me inclino por una Internet libre y “neutral“, aquella que ya ha dado voz e influencia a movimientos sociales, a minorías, la misma que está dando nacimiento a nuevas formas de producción de contenidos y de riquezas. No digo que la lucha por el poder se resuelve en los medios. Los medios son una herramienta muy valiosa en esa lucha que se define en otros ámbitos: en la economía, sobre todo. No creo que Internet sea el gran nivelador. Los que más tienen más pueden, también en Internet. Pero, para quienes menos poder tienen, es una herramienta para pelear por esa nivelación.
Creo que la mayoría de los legisladores estadounidenses se pondrá a favor de esta ofensiva. Los empuja la vitalidad y, en algunos casos, el dinero de las grandes corporaciones. Es aleccionador ver ese dinamismo intacto después del golpazo que las corporaciones financieras le dieron al mundo con su imprevisión y su angurria (las hipotecas basura).
Este avance por la conquista y parcelización de Internet es un avance sobre la libertad de expresión. Por eso, también es una amenaza al periodismo que queremos construir. El acceso a Internet debe ser considerado un derecho humano, como ya se ha dicho. Si Google y Comcast se imponen, podrán decidir qué información reciben los usuarios y cuál no. Google y las prestadoras no están solas; las acompañan corporaciones relacionadas con ellas: los grandes bancos, entre otras. El futuro de Internet está en las manos de los legisladores estadounidenses. Y en los brazos forzudos de las grandes corporaciones mundiales; un desenlace que les ponga límite sería una revolución.
www.robertoguareschi.com
Decía Walter Benjamín que un libro de citas de otros, sería un libro perfecto, ya que estas enriquecen lo nuestro y convierten nuestra obra en una “obra colectiva”. Lejos de la perfección se encuentra esta iniciativa, pero si vale como lugar donde compartir distintos textos, con el sentido de entender este día a día que nos toca en el mundo. La intención no será cambiarlo, sólo la de tratar de entenderlo.
domingo, agosto 22
El libro no morirá
Por Umberto Eco,
Durante la última cumbre de Davos, en 2008, se le preguntó a un futurólogo sobre los fenómenos que alterarían a la humanidad en los próximos 15 años y éste propuso que se consideraran esencialmente cuatro, que le parecían seguros. El primero, que un barril de petróleo costaría quinientos dólares. El segundo concernía al agua, destinada a convertirse en un producto comercial de intercambio exactamente como el petróleo; en fin, que veremos las cotizaciones del agua en la Bolsa. La tercera previsión atañía a Africa, que en las próximas décadas, según el futurólogo, se convertiría con toda seguridad en una potencia económica, un hecho que todos esperamos. El cuarto fenómeno, según este profeta profesional, era la de-saparición del libro. A estas alturas, por lo tanto, se trata de saber si la desaparición definitiva del libro, si de verdad llegara a producirse, podría entrañar para la humanidad las mismas consecuencias que la penuria programada del agua, por ejemplo, o que la inaccesibilidad del petróleo.
Umberto Eco: ¿El libro desaparecerá a causa de la aparición de Internet? Escribí sobre este tema hace tiempo, es decir, cuando la pregunta parecía pertinente. A estas alturas, cada vez que alguien me pide que me pronuncie al respecto, no puedo sino repetir el mismo texto. En cualquier caso, nadie se da cuenta de que me repito, porque no hay nada más inédito que lo que ya se ha publicado y, además, porque la opinión pública (o por lo menos los periodistas) tienen siempre la idea fija de que el libro desaparecerá (o quizá los periodistas piensan que son los lectores los que tienen esa idea fija) y todos formulan incansablemente la misma pregunta. En realidad, hay poco que decir al respecto. Con Internet hemos vuelto a la era alfabética. Si alguna vez pensamos que habíamos entrado en la civilización de las imágenes, pues bien, el ordenador nos ha vuelto a introducir en la galaxia Gutenberg y todos se ven de nuevo obligados a leer. Para leer es necesario un soporte. Este soporte no puede ser únicamente el ordenador. ¡Pasémonos dos horas leyendo una novela en el ordenador y nuestros ojos se convertirán en dos pelotas de tenis! En casa, tengo unas gafas Polaroid que me permiten proteger los ojos de las molestias de una lectura constante en pantalla, pero no es una solución suficiente. Además, el ordenador depende de la electricidad y no te permite leer en la bañera, ni tumbado de costado en la cama. El libro es, a fin de cuentas, un instrumento más flexible. Ante la disyuntiva, hay una sola opción: o el libro sigue siendo el soporte para la lectura o se inventará algo que se parecerá a lo que el libro nunca ha dejado de ser, incluso antes de la invención de la imprenta. Las variaciones en torno al objeto libro no han modificado su función, ni su sintaxis, desde hace más de quinientos años. El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor. No se puede hacer una cuchara que sea mejor que la cuchara. Hay diseñadores que intentan mejorar, por ejemplo, el sacacorchos, con resultados muy modestos: la mayoría de ellos no funciona. Philippe Starck intentó mejorar el exprimidor, pero su modelo (para salvaguardar una determinada pureza estética) deja pasar las semillas. El libro ha superado sus pruebas y no se ve cómo podríamos hacer nada mejor para desempeñar esa misma función. Quizá evolucionen sus componentes, quizá sus páginas dejen de ser de papel. Pero seguirá siendo lo que es.
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Durante la última cumbre de Davos, en 2008, se le preguntó a un futurólogo sobre los fenómenos que alterarían a la humanidad en los próximos 15 años y éste propuso que se consideraran esencialmente cuatro, que le parecían seguros. El primero, que un barril de petróleo costaría quinientos dólares. El segundo concernía al agua, destinada a convertirse en un producto comercial de intercambio exactamente como el petróleo; en fin, que veremos las cotizaciones del agua en la Bolsa. La tercera previsión atañía a Africa, que en las próximas décadas, según el futurólogo, se convertiría con toda seguridad en una potencia económica, un hecho que todos esperamos. El cuarto fenómeno, según este profeta profesional, era la de-saparición del libro. A estas alturas, por lo tanto, se trata de saber si la desaparición definitiva del libro, si de verdad llegara a producirse, podría entrañar para la humanidad las mismas consecuencias que la penuria programada del agua, por ejemplo, o que la inaccesibilidad del petróleo.
Umberto Eco: ¿El libro desaparecerá a causa de la aparición de Internet? Escribí sobre este tema hace tiempo, es decir, cuando la pregunta parecía pertinente. A estas alturas, cada vez que alguien me pide que me pronuncie al respecto, no puedo sino repetir el mismo texto. En cualquier caso, nadie se da cuenta de que me repito, porque no hay nada más inédito que lo que ya se ha publicado y, además, porque la opinión pública (o por lo menos los periodistas) tienen siempre la idea fija de que el libro desaparecerá (o quizá los periodistas piensan que son los lectores los que tienen esa idea fija) y todos formulan incansablemente la misma pregunta. En realidad, hay poco que decir al respecto. Con Internet hemos vuelto a la era alfabética. Si alguna vez pensamos que habíamos entrado en la civilización de las imágenes, pues bien, el ordenador nos ha vuelto a introducir en la galaxia Gutenberg y todos se ven de nuevo obligados a leer. Para leer es necesario un soporte. Este soporte no puede ser únicamente el ordenador. ¡Pasémonos dos horas leyendo una novela en el ordenador y nuestros ojos se convertirán en dos pelotas de tenis! En casa, tengo unas gafas Polaroid que me permiten proteger los ojos de las molestias de una lectura constante en pantalla, pero no es una solución suficiente. Además, el ordenador depende de la electricidad y no te permite leer en la bañera, ni tumbado de costado en la cama. El libro es, a fin de cuentas, un instrumento más flexible. Ante la disyuntiva, hay una sola opción: o el libro sigue siendo el soporte para la lectura o se inventará algo que se parecerá a lo que el libro nunca ha dejado de ser, incluso antes de la invención de la imprenta. Las variaciones en torno al objeto libro no han modificado su función, ni su sintaxis, desde hace más de quinientos años. El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor. No se puede hacer una cuchara que sea mejor que la cuchara. Hay diseñadores que intentan mejorar, por ejemplo, el sacacorchos, con resultados muy modestos: la mayoría de ellos no funciona. Philippe Starck intentó mejorar el exprimidor, pero su modelo (para salvaguardar una determinada pureza estética) deja pasar las semillas. El libro ha superado sus pruebas y no se ve cómo podríamos hacer nada mejor para desempeñar esa misma función. Quizá evolucionen sus componentes, quizá sus páginas dejen de ser de papel. Pero seguirá siendo lo que es.
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