Por Ryszard Kapuscinski
Simplificando mucho, hoy la situación que atraviesa la literatura se me aparece así: por una parte tenemos la literatura de ficción que cada vez se concentra más en la vida interior, en la psique del individuo. El punto de partida es siempre la persona aislada. Hoy domina
el interés por la vida interior y sus relaciones con la de los otros, y con estas relaciones se suele designar en nuestra tradición las relaciones con otros seres cercanos, con la esposa, el vecino, amantes y amigos. En el polo opuesto del espectro literario tenemos las noticias: informes duros, breves, simples. ¿Hay un punto intermedio? Entre uno y otro hay un considerable vacío sobre el que yo decidí trabajar. Para poder describir el clima o el ambiente, los sentimientos y afectos de los seres humanos hay que servirse de los logros de la literatura de ficción. Y, sin embargo, las noticias hablan de lo más importante: la creación de la historia.
La capacidad de retentiva del hombre es cada vez más escasa. Hoy asistimos a la desaparición de la conciencia histórica. La historia se sustituye por el collage. Las generaciones en proceso de maduración apenas saben lo que ocurrió hace veinte años. Este es un fenómeno enteramente nuevo. Esa ruptura con el pasado sugiere la pregunta de cómo escribir con este trasfondo para que al día siguiente no se convierta en papel de desecho. A principios de diciembre de 1991, mientras escribía «Imperio», tuve que viajar a Nueva York para investigar. En los escaparates de las librerías descubrí una cantidad ingente de títulos nuevos sobre si la política de Gorbachov sería capaz, y cómo, de garantizar la pervivencia de la Unión Soviética.
Su fecha de aparición se transformó en la fecha de su declive.
¿Cómo evitar que la propia escritura se vuelva obsoleta tan rápidamente? Mi respuesta a esta cuestión es la "ensayificación" de mi prosa. Thomas Mann, y sobre todo sus novelas «La montaña mágica» y «Doctor Fausto» fueron par mí decisivos en este sentido.
Hoy la imagen la ocupa el televisor y así seguirá siendo. Si queremos utilizar en la prosa la descripción de una imagen, dicha descripción sólo será eficaz si la imagen se convierte en punto de partida de una reflexión. En mis reportajes utilizo exclusivamente aquellas imágenes que ofrecen un trasfondo de reflexión. La televisión ofrece incesantemente imágenes del mundo, pero es incapaz de acompañarlas de reflexión. La solución sólo puede radicar en
esta vinculación de imagen y reflexión. Uno ve una determinada imagen y trata de explicar lo que no muestra y, al tiempo, esa imagen es la única clave de dicha reflexión.
Hoy el autor escribe después de haber leído infinidad de libros, de haber absorbido una infinidad de opiniones distintas y de meditar sobre las cuestiones más diversas desde múltiples perspectivas. Ladistinción entre lo que es cosecha propia y lo que se absorbe de fuera
resulta cada vez más difícil. Y, así cada vez somos más compositores o arquitectos. Nuestra visión del mundo adquiere involuntariamente rasgos cubistas. Inconscientemente, participamos de un proceso creativo colectivo. Resulta prácticamente imposible saber quién escribe a partir de un yo auténtico. Ese yo auténtico ya no existe, ese yo femenino, masculino, o neutro, ha dejado, en rigor, de existir. La cuestión del talento y la individualidad se reduce cada vez más a una cuestión de selección, aprovechamiento, traslación de material y de cómo dotarlo de rasgos individuales.
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