Por Juan Cruz
La magnífica revista Litoral, que fundó Manuel Altolaguirre, continuó el benémerito agitador José María Amado y dirige ahora el artista Lorenzo Saval , acaba de sacar a la calle un número bellísimo de cartas de personalidades célebres de todas las épocas, desde Newton a Kerouac pasando por todos aquellos personajes que han utilizado la correspondencia para mitigar la soledad o para provocarla, y que han hecho de esta forma de comunicación una hermosa obra de arte. El número se llama Cartas y Caligrafías, así que contiene bellísimos recuerdos de la caligrafía y el dibujo de numerosos artistas que hicieron de su modo físico de escribir un autorretrato de sus ansiedades o de sus melancolías. La letra es el espejo del alma, el punto de vista de la mano que escribe. De todas esas cartas quiero rescatar hoy una tan sólo, la que Albert Camus le envió a su maestro en Argel, Germain ("Querido señor Germain"), después de haber recibido la noticia de que le había sido concedido el premio Nobel de Literatura de 1957. La carta está fechada el 17 de noviembre de ese año. Y entre otras cosas, el autor de El extranjero le dice a quien le enseñó lo primero que supo: "Pero [esta noticia] ofrece al menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mi, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido". La carta es bien conocida; aquí se ha comentado también. La traigo ahora porque me parece que, en un mundo en el que la ingratitud parece ser una forma de ser, sobre todo con respecto a los maestros, este recuerdo de Camus es también un homenaje a quienes nos enseñaron.
diario El País.
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