lunes, marzo 29

Obama en el medio

Por Howard Fineman

Robert Gibbs, secretario de prensa de la Casa Blanca, llegó 50 minutos tarde a su sesión informativa, aparentemente un récord de tardanza, pero pocos reporteros en la sala de prensa de la Casa Blanca se molestaron en fingir indignación: nadie parecía demasiado ansioso de hacerle preguntas. Cuando Barack Obama viajó al estado de Missouri para dar otro de sus discursos sobre la reforma del sistema de salud, ningún canal de cable cubrió el evento. Si uno es presidente, lo único peor que la crítica es no tener cobertura. Y la verdad es que la prensa de EE. UU. está aburrida de Barack.

Los principales medios de comunicación están perdiendo la paciencia, e incluso el interés, por su antiguo héroe. Obama nunca tuvo una oportunidad con el equipo de Ailes-Murdoch (Fox News), por supuesto, y no le tomó mucho tiempo ofender a la feroz ala izquierda de la blogósfera. Pero ahora, los medios de la corriente principal, que se consideran a sí mismos ideológicamente neutrales, hallaron razones ideológicamente neutrales para perder la paciencia con él: que podría ser ineficaz, que no sabe cómo jugar el juego, que no puede lograr nada. Prueba A: el proyecto de ley de salud. Frank Rich, de The Times, el sagaz decano de los comentaristas políticos, escribió que Obama dejó de “comunicar una narrativa atractiva” y que “podría estar acabado si no aprovecha todo un año de salidas en falso”.

Y a pesar de ello, este desenamoramiento colectivo es una gran noticia para Obama. Dar por terminada su relación con los mayores medios es justo lo que necesita. Un rompimiento incluso podría salvar a su presidencia.

En primer lugar, a casi nadie le gustan los medios de comunicación, ni se confía en ellos. La más reciente encuesta de Gallup de instituciones respetadas en EE. UU. los equipara con lo peor de la gentuza: bancos, sindicatos, organizaciones sanitarias y el Congreso. Si la prensa ataca a alguien, eso prueba que esa persona debe tener algunas cualidades rescatables. En el pico de la crisis de Monica Lewinsky, en 1998, las encuestas mostraban que la gente no sólo se horrorizaba por el comportamiento de Bill Clinton, sino también por la obsesión de los medios con él.

A Obama tiene que dejar de importarle lo que se escribe y dice, un proceso que puede iniciar al abandonar la ilusión cómoda pero inhabilitante de que los periodistas son sus amigos. Los reporteros somos los peores amigos en las buenas. También leemos las encuestas, y cuando caen a plomo, huimos. Pero hasta ahora, y en forma justificable, Obama consideró a los medios de la corriente principal como parte de su base, como uno de sus electorados. Se considera como uno de nosotros: un miembro de la clase de los que hablan mucho y dicen poco; un escritor de ventas exitosas; miembro habitual de las páginas de tribuna; estudiante del arte de la palabra, la información y el análisis. Según la Casa Blanca, el material diario de lectura del presidente incluye The New York Times, The Washington Post, The Wall Street Journal, Chicago Tribune y Sun-Times, NEWSWEEK, Time, Atlantic, The New Yorker, blogs, Foreign Affairs, Sports Illustrated y ESPN.com. “La conclusión es que lee toneladas”, dijeron. Demasiadas.

El problema del presidente no es que sea “académico.” Es peor: es periodístico. Su base conceptual e incluso de operaciones no parece ser el South Side de Chicago, sino la página de tribuna del Times, donde dedica mucho tiempo a cortejar a columnistas conservadores. Pero los conservadores populares no confían en esos tipos (¿cómo podrían hacerlo si escriben para el Times?). Y en todo caso, la mayoría de los votantes no lee esas páginas. Ciertamente, a la mayoría de los votantes no le preocupa tanto el “por qué” como el “qué” y el “cómo”. Desean saber, por ejemplo, lo que Obama hará con la atención sanitaria, y cómo se supone que dará atención a 30 millones de personas más y ahorrará dinero al mismo tiempo.

Mientras tanto, a la prensa acreditada de Washington le preocupan otras cosas. Hay un ritmo predecible y metronómico de la cobertura periodística de cualquier presidencia, y cuanto más pronto Obama adopte el zen de afrontarlo, mejor. Estamos en la fase de la enemistad entre el personal, que será seguida por la limpieza general, la higiene del período intermedio, la meditación, la consulta a su cónyuge (a Michelle le encantará el papel), y, si todo va bien, una reunión de resurgimiento.

Obama está empezando a comprenderlo. El discurso de Missouri fue la mejor explicación que dio hasta la fecha sobre su plan de reforma de la atención sanitaria. La prensa no prestaba mucha atención, pero, si Obama tiene suerte, por lo menos algunos votantes —es decir, su verdadero electorado— sí lo estaban haciendo.

Newsweek

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