viernes, abril 23

El futuro del libro es brillante

Por Anna Quindlen

Las etapas de la vida de un escritor profesional no están marcadas por un nombre en la puerta de una oficina, sino por un nombre escrito en tinta. Una mañana en la que mi padre llegó a casa con un paquete de diarios del domingo porque mi firma estaba en la primera página, y una tarde en que convencí a un guardia de seguridad para que me diera una edición, todavía caliente por la rotativa, con mi primera columna. Pero nada se compara al día en que alguien —en mi caso, un empleado de FedEx— me entregó un libro de tapas duras con mi nombre en la tapa. Y con el perdón de todos los “techies”, no estoy segura de que el momento hubiese tenido la misma grandeza si, en cambio, mi trabajo hubiera sido bajado de Internet a una pantalla en formato de libro electrónico.

El libro ha muerto, sigo escuchando mientras estoy sentada escribiendo otro más en una habitación repleta de ellos. La tecnología lo mató. Las librerías están condenadas a convertirse en museos, lugares de almacenamiento de una forma tan antediluviana como las pinturas rupestres. Los estadounidenses, sin embargo, tienden a tener una mentalidad de una cosa o la otra en la mayoría de los temas, de la política a la prosa. La invención de la televisión trajo predicciones sobre la muerte de la radio. La producción cinematográfica parecía ser la sentencia de muerte para el teatro en vivo; la música grabada, el fin de los conciertos. Todas esas formas todavía existen —a veces bajo la sombra de sus “hermanos”, pero no ahogadas por ellos—. Y a pesar de las predicciones, la lectura sigue siendo parte de la vida, aunque las computadoras reemplazan a los lápices y los libros están tanto en las computadoras de mano como en estantes de tiendas.

No hay duda de que la lectura fuera del papel se incrementará en los próximos años. Las madrinas de la alfabetización, las bibliotecarias públicas, ya están prestando e-readers. Y no hay duda de que una vez más escucharemos los lamentos que sugieren que la alfabetización verdadera se convirtió en un arte perdido. La diferencia en esta ocasión es que estaremos confrontando elitismo de ambos lados. No sólo los puristas literarios se quejan ahora de la naturaleza evanescente de las letras que aparecen en pantalla, sino que los aficionados tecnológicos se volvieron también desdeñosos del viejo estilo. “Este libro apesta, huele a papel y tinta”, leí en un comentario online sobre el bestseller “Game Change” antes del lanzamiento de la versión digital.

* La nota completa, en la edición impresa de Newsweek.

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