Por: Juan Terranova.
Empiezo con una anécdota que ya conté. Estábamos en un asado y salió el tema de los comentarios en blogs y sitios periodísticos. Sebastián Di Doménica dijo: “La tendencia actual es que van a desaparecer”. Nadie sintió que se fuera a perder mucho. Ya nos habíamos acostumbrado al ruido del intercambio web. Un par de años antes, los comentarios habían sido la última esperanza blanca que le marcaba la cancha incluso a medios tan poderosos como El país y el New York Times. Después, como en toda revolución, surgieron las dudas.
Un ligero cansancio
Ya escribí en esta misma columna sobre el “género comentario”. Si cabe, me ocuparé de un sub-género dentro de ese mundillo infernal, el “comentario que denuncia soberbia”. Puede vérselo con facilidad aunque no tanto como antes, quizás porque ya se nota un ligero cansancio en los usuarios de la web. De hecho, lejos de las primeras efervescencias internéticas, los comentarios ofensivos, enmascarados en la denuncia de un error o en la reparación de una injusticia, se van reservando para determinados y puntuales universos digitales. Ya no arrecian como antes. Y muchos son los sitios que optan por no habilitarlos. Aunque los grandes medios los preserven e inviertan tiempo y dinero en su moderación. (Nicolás Mavrakis escribió un cuento excelente sobre el tema.)
Mala es seguro
Ahora bien, ¿tanto cuidado hay que tener con los productos que se venden como “democráticos”? O mejor, ¿de qué está hecha la soberbia? Mala es seguro. Está entre los pecados capitales. La RAE me pierde entre sus definiciones. De Wordreference me quedo con la sexta: “Altivez y arrogancia del que por creerse superior desprecia y humilla a los demás”. ¿Leo mal o a los deportistas se les perdona, mientras que a los periodistas se los condena cuando lo muestran como a la hilacha? Este pudor de la máscara intelectual, o su falta, ha sido estudiado por una traición nada desdeñable. Existe, como ente reconocido, la sub-disciplina llamada “Sociología de los intelectuales”. (En la maestría de Sociología de la Cultura del IDAES hay una materia que lleva ese nombre. Hace un par de años, entre algunos alumnos de esa casa de estudio, la asignatura se conocía como “la meta-clase”.)
Tradición y vanidad
Hay individuos alfabetizados que si no entienden algo enseguida lo tildan de soberbio y pretencioso. El Gran Escrúpulo supone no lograr fundirse inmediatamente con la masa. Ese gesto miserabilista, muy común en el periodismo vernáculo y en sus dependencias educativas, me resulta pobre (en el peor sentido de la palabra “pobre”). En mi caso particular, me vienen acusando de soberbio desde que empecé a leer libros por mi cuenta. Mucho más, desde luego, desde que empecé a escribir y a dejar constancia de esas lecturas. Aunque esa larga cola de reptil verde, que algunos llaman “tradición literaria”, informa desde hace mucho que acusar a un crítico literario de soberbio porque emite una opinión positiva o negativa sobre un libro es un gesto infantil. Cuando no directamente un gesto de narcisismo herido, cuando no directamente de inseguridad ontológica. Es una lástima que, hasta donde sé, la relación entre el acusador de soberbia y sus propios mecanismos narcisistas hayan sido poco tematizados. Mientras tanto, la vanidad y el ego, según wikipedia, motores de la soberbia, son dos de los grandes protagonistas de la vida contemporánea.
Una cosa más
Y una cosa más. En un comentario de este mismo sitio escribí algo que intenta mediar, aunque más no sea un poco, en las aguas revueltas de los comentarios de la web: “Agredir ya fue”. Alguien debería avisarles, por dar solo un ejemplo, a los que discuten las notas de La Nación, un medio que siempre se jactó de tener los “mejores lectores del país”.
www.hipercritico.com
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