Por Bernabé Tolosa
El 23 de agosto de 2009 comenzaba el programa de radio que conduzco, con las mismas palabras. En aquel momento se trataba de alguien que ingresó a una feria comunitaria y disparó a quemarropa contra otra persona. El lugar estaba repleto de gente. Este 15 de marzo de 2010 se trataba de otro sujeto, que al grito de “quien lo tocó el culo a mi hija”, le disparó a un joven de 16 años, quitándole la vida. Los testigos aseguran que le podía haber tocado a cualquiera la bala.
Las palabras en aquel momento referían a la violencia con la cual convivimos día a día. Mencionábamos un texto del filósofo esloveno Slavoj Zizek, donde distinguía tres tipos de violencia. La subjetiva, la simbólica y la sistémica. La subjetiva es la más evidente y es la que en primer lugar, así como la única, que se toma en cuenta. Se trata de aquella que encarnan los sujetos. La segunda es aquella que se ejerce a través del lenguaje, no siempre es agrediendo a alguien con palabras graves, a veces no suele ser notoria. Y finalmente la sistémica que es aquella inherente al modelo económico y político vigente, donde todo es competencia contra alguien.
Si a esta realidad uno le suma la poca credibilidad de las instituciones, en este caso la Justicia, queda un caldo de cultivo, donde cualquiera puede creerse que tiene derecho a justiciar a cualquiera, por lo que sea. (y si encima uno agrega algo como alcohol o drogas, el caldo de cultivo aun es más peligroso)
Ya lo decíamos en aquella nota. Esto va más allá de una cuestión de falta de seguridad. Esto es más profundo todavía. Vuelvo a Zizek, “la violencia siempre es nociva. Por ello ante cualquiera de sus manifestaciones se deben tomar medidas urgentes. Aunque lo mas conveniente es prevenirla desde el dialogo y la tolerancia”, dice.
Entiendo que esto es difícil de explicar, sobre todo a los padres de esta criatura. Pero aquellos que se supone están para universalizar una sociedad mejorada para todos nosotros, deberían entenderlo. Se preocupan, pero deberían ocuparse más.
Mientras informábamos sobre la muerte de este joven, otras noticias llegaban sobre otro chico que fue, cansado de las cargadas, armado a su escuela. ¿Qué nos pasa? ¿Este es el precio de qué? ¿Qué es lo que nos sale tan caro?
Cuando nada parece tener sentido, cuando este no tener sentido se transmite a otras generaciones, cuando se ofrece cada tanto una repetición de lo mismo, pero diferente. Cuando no hay empatía ni respeto por nada, es cuando deja ya de sorprender los hechos que ocurren. Y el peor remedio para una sociedad es aceptar lo anormal, como cotidiano.
¿Será mucho pedir que dentro de algún tiempo no tenga que repetir lo dicho en agosto del 2009 y marzo del 2010? Perdonen mi pesimismo. Pero si no hay cambios estructurales fuertes, si no ha otro tipo de compromisos en gobernantes, gobernados, padres, hijos, docentes, periodistas, políticos, ciudadanos, individuos y un largo etcétera, será muy difícil ver lo contrario. Decía Tomás Abraham no hace mucho, “ante una situación así, ¿nos queda otra alternativa que adscribir a la consigna de aquel Mayo Francés del ’68: seamos realistas, pidamos lo imposible? Sí, la hay: seamos idealistas, tratemos de mejorar un poco”. Por el bien de todos, agregaría yo.
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