martes, abril 13

El Filósofo

Por César Chesneau, señor Du Marsais o Dumarsais.

El filósofo es una máquina humana como cualquier otro hombre; pero es una máquina que, por su constitución mecánica, reflexiona sobre sus propios movimientos. Los otros hombres están decididos a obrar sin sentir ni conocer las causas que los hacen mover, sin ni siquiera soñar que las haya. Por el contrario, el filósofo discierne las causas tanto como esté en él hacerlo, e incluso a menudo las previene y se entrega a ellas a sabiendas: es un reloj que a veces se da cuerda a sí mismo, por así decirlo.

Los otros hombres se dejan llevar por sus pasiones sin que sus acciones estén precedidas por la reflexión; son hombres que caminan en las tinieblas; mientras que el filósofo, en sus pasiones, sólo obra tras la reflexión: camina en la noche, pero lo precede una antorcha.
El filósofo forma sus principios sobre infinidad de observaciones particulares.

Ama instruirse sobre los detalles y sobre todo lo que no se adivina.

Por el contrario, nuestros filósofos, persuadidos de que todos nuestros conocimientos provienen de los sentidos, de que sólo estamos hechos de reglas fundadas en la uniformidad de nuestras impresiones sensibles, de que estamos en el límite de nuestras luces cuando nuestros sentidos no son tan sutiles ni tan fuertes como para proporcionárnoslas; convencidos de que la fuente de nuestros conocimientos está por entero fuera de nosotros; nuestros filósofos, digo, nos exhortan a hacer una amplia provisión de ideas para librarnos así a la impresión exterior de los objetos, pero para librarnos cual discípulo que consulta y escucha, no cual maestro que decide e impone silencio; quieren que estudiemos la impresión precisa que el objeto causa en nosotros y que evitemos confundirla con la que ha causado cualquier otro objeto.

Para el filósofo, la verdad no es una amante que corrompe su imaginación y a la que cree ver por todas partes; se contenta con la posibilidad de discernirla allí donde la percibe. Jamás la confunde con la verosimilitud; toma por verdadero lo que es verdadero, por falso lo que es falso, por dudoso lo que es dudoso, por verosímil lo que no es más que verosímil. Aún hace más, y ésta es una gran perfección del filósofo: porque, cuando no encuentra el motivo apropiado para juzgar, sabe permanecer indeciso.
Cada juicio, como ya se ha señalado, supone un motivo exterior que lo provoca. El filósofo siente cuál debe ser el motivo apropiado del juicio que debe emitir. Si el motivo falta, no juzga, sino que espera y, cuando ve que espera inútilmente, encuentra consuelo.

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