Por Ramiro Melucci
“La casa está en orden. Felices Pascuas”. Lejos de aspirar a quedar en los libros de historia por repetir la famosa sentencia de Alfonsín en la convulsionada Semana Santa de 1987, la frase se la dijo el martes un concejal oficialista a la subsecretaria de Educación, Mónica Rodríguez Sanmartino. La funcionaria lo había llamado por teléfono para preguntarle qué suerte había corrido el proyecto opositor de emergencia educativa. “Está todo solucionado”, agregó el edil, y le leyó el decreto que se había aprobado en la Comisión de Educación en lugar de la emergencia.
El oficialismo festejó ese momento como ningún otro en la semana que pasó. Fue el instante en que volvió la calma tras el sofocón que implicó que medio Concejo Deliberante firmara el proyecto de la emergencia. Se trató de una turbulencia política que no estaba en los planes de ningún integrante del Gobierno ni del bloque de Acción Marplatense. La semana sin el intendente en la ciudad -retornó ayer de sus vacaciones- debía transcurrir con parsimonia. Pero el plan opositor derrumbaba todos los pronósticos.
Lo había impulsado, con furor, el radical Nicolás Maiorano. Para eso, recorrió cada oficina del Concejo y consiguió, una por una, las firmas de todo el arco opositor. En el Gobierno se escandalizaron: entendían que la emergencia educativa se iba a traducir en la sociedad como una “emergencia pedagógica” y no en una norma para facilitar las compras de pupitres, sillas y alimentos, como lo era. La decisión política de no acompañarla y de frenarla se tomó de inmediato.
El principal bloque opositor, el de la UCR, ya había elegido un puñado de argumentos razonables -sobre todo, el de que unos días antes Pulti había declarado la emergencia vial- y avanzaba hacia la convocatoria de una sesión extraordinaria cuando Maiorano pactó con el oficialismo una nueva redacción. Ahí empezó otra historia: la que dejó en evidencia el descalabro radical.
Eduardo Abud, otro de los integrantes de la bancada, no aceptó aquella negociación y se cruzó con Maiorano en la reunión de la Comisión de Educación. La jefa del bloque, Vilma Baragiola, estaba convencida de que habría una sesión extraordinaria para tratar el tema, pero ninguno de sus correligionarios la solicitó. El presidente del Comité local, Luis Rech, puso su firma en un comunicado que defendía el pedido de emergencia en el mismo momento en que el bloque dejaba el proyecto sin efecto. En apenas dos días, la UCR expuso burdamente todas sus grietas.
Para Maiorano, el freno del proyecto estaba justificado por dos motivos. El primero: que la oposición no conseguiría los votos para aprobar la emergencia educativa en una sesión extraordinaria. El segundo: que en el decreto que la sustituyó el Gobierno reconoce los problemas para proveer de mobiliario y comida a las escuelas municipales. “Eso es lo importante”, arguyó.
El desbarajuste radical repercutió enseguida. No tardaron en llegar los cuestionamientos subrepticios a la capacidad de mando de Baragiola. También hubo discrepancias con la jefa de la bancada por los proyectos que presentó relacionados con la cárcel de Batán, la creación de una Secretaría de Seguridad y una reglamentación para los cuidacoches. “En algún momento se van a tener que terminar los proyectos a demanda y el individualismo de algunos”, lanzó un miembro del bloque. Es porque, según cree, aquellas iniciativas fueron confeccionadas para complacer a los familiares de víctimas del delito y esquivaron cualquier intento de consenso con los demás integrantes del bloque.
De hecho, más de uno se negó a firmarlo. Y no pocos se espantaron con la afirmación de Baragiola de que los presos son en su mayoría reincidentes y sus familiares también delinquen. Esa sensación se trasladó, como un boomerang, a otros espacios políticos y a organizaciones de derechos humanos, que llegaron a comparar los proyectos con algunas medidas del jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, lo más parecido a un demonio para el pensamiento progresista.
Marcelo Artime, que volvió a ejercer de intendente interino, dejó de preocuparse por el Concejo cuando el oficialismo desactivó el plan opositor. Se metió de lleno en los asuntos de seguridad y se sacó una foto con Scioli en la capital provincial. El gobernador le prometió más fondos del Programa de Seguridad Ciudadana, destinado a comprar patrulleros e instalar cámaras de seguridad. Ya en Mar del Plata, Artime se dedicó a repetir el discurso que procreó Pulti: la seguridad, dijo, es el principal problema de los marplatenses.
También habló de su futuro político y el de su partido. Aceptó que cualquier hombre de la política anhela tener “más responsabilidades”, en un eufemismo cuya lectura obligada es que no descarta ser candidato a intendente. Cuando le preguntaron por qué partido político, contestó que ni él, ni Pulti ni Eduardo Pezzati tienen intenciones de dejar Acción Marplatense. Fue una manera sutil de dejar en la pista a los tres nombres que el oficialismo menciona en la previa de cualquier carrera electoral.
A Pulti lo elogió y casi pareció dejar en sus manos el futuro del grupo político que comparten: “Gustavo tendría derecho a postularse para una reelección, pero obviamente es una decisión de él”. Aclaró, por las dudas, que en Acción Marplatense todavía no se habla del 2011.
A propósito, la diputada kirchnerista Adela Segarra dijo lo que a esta altura no es noticia: que su relación con Pulti es buena. Pero marcó que el Frente para la Victoria local resultó perjudicado en las últimas elecciones porque no pudo incorporar hombres a la lista de Acción Marplatense. “Fue un reclamo que en su momento hizo el propio Pulti”, deslizó como un reproche tardío. “Ahora estamos en proceso de diálogo”, admitió. Es una señal inequívoca de que los kirchneristas ya no consentirán quedarse afuera del armado vernáculo.
diario El Atlántico
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