jueves, abril 1

Las cosas que se pierden

Por Juan Cruz Ruíz

Recomiendo mucho El museo de la inocencia, de Orhan Pamuk, una gran novela acerca de un ingenuo perverso que se enamora de su prima en el Estambul de los setenta, la va a visitar a diario durante años, y en medio de una lucha platónica por obtener su amor va robando cosas de la casa hasta que, con todo lo robado, constituye un museo en el que deposita cada uno de esos objetos cotidianos pero insólitos con los que se ha ido haciendo a hurtadillas. La novela parece plana hasta que en determinado momento uno se convierte en el propio personaje que acude cada noche a la casa de los padres de la chica y asiste atónito al robo diario, que es cada vez más monótono pero también sofisticado. Leyendo esa novela pensé que no estaría mal convertir en museo el conjunto de todo lo que uno ha ido perdiendo en la vida, a lo largo de los años. Lo más lejano que recuerdo de todo lo que he perdido es una pelota de color butano que se quedó alojada, y fuera de mi alcance, en la vieja azotea de ladrillos de mi casa; después me acuerdo de un papel de Pagos al Estado de 5.000 pesetas que era vital para mis padres, y que al fin encontró un vecino que caminaba siempre muy atento a lo que hubiera en el suelo. En tiempos más próximos recuerdo otras pérdidas menos inaugurales, más prosaicas porque ya no quedan en la memoria como esas primeras pérdidas que son hijas a la vez de la inocencia y del estupor, cuando uno cree que confesar la pérdida es confesar a la vez un fracaso y un desastre. Ahora las pérdidas se asumen como se asumen los ruidos chiquitos, uno las va aceptando incluso en el proceso de la escritura, estás escribiendo y alguien te interrumpe, te pregunta qué haces, por ejemplo, y tú dices Nada, y sigues escribiendo; son circunstancias chiquitas pero machaconas, como son chiquitas las pérdidas de las cosas pequeñas, aquellas que, como decía Neruda de las cosas, nadie pierde pero se perdieron. Estos días perdí, creo que en un avión, mis gafas de ver de lejos, de ver películas, por ejemplo, o de mirar lo que está en el horizonte, si es que el horizonte existe; y perdí en Sevilla, me parece que fue en Sevilla, un pen drive, donde había guardado mucha de la memoria digital con la que viajo. Sé que en algunas semanas, o incluso en unos días, ambas pérdidas ya no será una frustración, ni siquiera un recuerdo, pero durante unos días esas pérdidas, como muchas otras que he padecido a lo largo de los años, volverán insistentemente a mi recuerdo como la señal chiquita, pero obsesiva, de un fracaso. Hay otras cosas que se pierden y que son más insustituibles, la amistad, por ejemplo, pero de esas no hay que hacer un museo sino un libro, o un arrepentimiento.

Diario El País

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